Homilía I Domingo de Adviento 29 de Noviembre de 2009



 Abrámos los ojos

„No me lo cuentes que prefiero no saberlo“. Es una frase que todos decimos alguna vez. Hay ocasiones en las que preferimos la ignorancia al conocimiento. Son esas situaciones en las que el saber puede provocarnos una desilusión respecto a una persona. Como cuando nos enteramos de la falta de lealtad de un amigo. En otros casos, el conocimiento de un peligro puede producirnos tanto temor que nos paraliza y preferimos ignorarlo. Otras veces saber lo que está por venir puede romper el encanto de la sorpresa. Como cuando sabemos de antemano el regalo que nos van a hacer por nuestro cumpleaños o cuando alguien nos cuenta el final de una película de intriga que queríamos ver.

No solo individualmente también como sociedad hay cosas que preferimos no saber. Y por eso las ocultamos, evitamos que se hable mucho de ellas o que se hagan visibles permanentemente. La injusticia, las condiciones indignas en las que viven muchas personas en el mundo, la muerte…son realidades que evitamos y que a veces hasta ocultamos. Algunas personas dicen que no es agradable que mientras comemos el telediario nos muestre el horror que vive una parte de la humanidad.

Es verdad que no se puede vivir teniendo presente a todas horas los peligros de la vida o las crueldades de la historia. Si cuando nos subimos a un automóvil no paramos de pensar en los peligros de la carretera es posible que el temor nos impida continuar el viaje y acabemos bajándonos del coche y quedándonos en casa. No es bueno vivir pensando siempre en las dificultades y en los problemas de la vida. Pero es igual de peligroso olvidar totalmente esos peligros y caminar descuidados por la vida. Quién sale a pasear sin fijarse en los obstáculos que puede encontrar en el camino es posible que acabe por tropezar y caer.

En el evangelio de este primer domingo de adviento Jesús nos recuerda una de esas cosas que a veces preferimos no saber y no escuchar. Nos recuerda que la vida pasa rápidamente y que el final de nuestra existencia siempre viene por sorpresa. Jesús nos dice que todos tendremos que dar cuentas de nuestra vida ante Dios y por eso tenemos que prestar atención al modo como vivimos nuestra existencia. Jesús no nos recuerda estas cosas para asustarnos o meternos miedo. Jesús las recuerda para abrirnos los ojos, para hacernos atentos, para que nos apresuremos en aprovechar el tiempo de nuestra vida.

Este domingo los cristianos iniciamos el tiempo de adviento. Es un tiempo de preparación a la celebración de la navidad. Es un tiempo para estar atentos, para abrir los ojos, para despertar cosas que teníamos olvidadas: la ilusión perdida, la posibilidad de reconciliación con una persona a la que habíamos dañado, la confianza en la vida y en las personas, confianza que el paso del tiempo ha ido endureciendo, la importancia de los gestos de bondad y de amor. El adviento nos llama a aprovechar los días de nuestra vida, a vivir con intensidad lo que hacemos, a volcar y dar lo mejor de nosotros mismos en todo lo quehacemos

CONTRA LA IDEA DEL BUEN SALVAJE. A propósito del secuestro del Alakrana

La narración que los marineros españoles han hecho de los días de su secuestro en Somalia es espeluznante. Nos devuelven la imagen de unos secuestradores desposeídos de toda humanidad. Las humillaciones y vejaciones, la cocinera violada de otro barco secuestrado, sus lágrimas cuando pedía a los marineros del Alakrana se llevaran a su hija (uno se imagina la desesperación que mueve a una madre a entregar a su hija a unos desconocidos)...Es también la realidad de África sumergida en un casos de violencia, desesperación y agresión del que tu y yo también somos responsables. Sé que el origen de esta situación nos conduce a la colonización y  a los procesos de descolonización, sé de la hipocresía de un Occidente que ante la miseria del continente mira a otro lado. Sé de la explotación económica de África. Pero ninguna de esas circunstancias justifica tamaña agresión y vejación hacia un semjante.

Pienso que situaciones como la del Alakrana nos revelan algo que tenemos que pensar de nuevo. Que en el fondo del alma humana hay una región de tinieblas y oscuridad que pueden despertarse y engullir lo que les sale al paso. Que en la vida humana hay una dimensión de animalidad que puede ser controlada pero nunca ignorada.

La modernidad ilustrada y su pensamiento naturalista nos hizo creer en el mito del buen salvaje. En la idea de un ser humano bonachón y dulce por naturaleza, que no necesitaba ni redención ni gracia. La violencia del siglo XX nos ha despertdo del sueño ilustrado y de su concepción ingenua de la naturaleza humana. El ser humano, imagen de Dios, está tocado por una bondad y un amor más grande que su capacidad de acogerla. Pero ese rastro puede ser absorbido por el fondo animal que también es parte de nuestro ser. Y que esconde una bestia que puede despertarse en cualquier momento si no dejamos sitio a la palabra salvadora de Dios.

Ahora que Occidente parece haberse olvidado del lugar de esa palabra en su identidad cultural. Ahora que ya no nos resulta apremiante llevar esa palabra a otras culturas, (respetables en su diferencia, pero necesitadas de salvación como nosotros), quizás sea bueno recordar que la naturaleza humana sin el roce de la gracia puede convertirse en un animal peligroso y dañino.