Homilía 32 domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. Domngo 11 de noviembre de 2012. Mc 12, 38-44


Lo mejor para Dios


Un sacerdote cuenta que en una ocasión viajaba a la lndia para visitar a la Madre Teresa de Calcuta. Pertenecía a una organización de la Iglesia que ayudaba a proyectos en países con necesidades. Cuando llegó a Calcuta comprobó estremecido como las lluvias habían destruido las pobres casas de la gente haciendo a los pobres todavía más pobres. Cuando le hablaba a la Madre Teresa de lo que había visto, ésta le interrumpió y le dijo: “Mire padre hay diversas clases de pobreza en el mundo. Una de ellas es la que ha visto usted aquí. Es la que mata el cuerpo. Pero en sus países ricos también hay pobreza. Es la pobreza que mata el alma. Ambas son igual de grandes. Y contra ellas hay que emplear la misma medida: el amor.

El evangelio de este domingo nos habla de estas dos clases de pobrezas. La pobreza que seca el alma. La de quienes solamente tienen ojos para sí mismos, para sus intereses y su aparentar. La de los que sólo buscan ser admirados por los otros, incluso cuando hacen el bien en una obra caritativa, o asisten a la iglesia. Hay quienes cuando ayudan las necesidades de los otros persiguen el bienestar ajeno. Pero hay también quienes ayudan a los otros solamente por quedar bien; para ser admirados y aplaudidos por los demás. Éstos solamente tienen ojos para sí mismos. No saben ver realmente a los otros. Por eso son pobres de alma, porque solamente se tienen a sí mismos.

Otros en cambio pueden padecer pobreza material pero son ricos de alma. Como la viuda en la que Jesús se fija en el evangelio de hoy. Echa poco en la ofrenda del templo, solamente dos reales. Pero esos dos reales son todo lo que tenía. Esa viuda ofrece en el templo todo lo que tiene. Da lo mejor de sí misma.

Jesús destaca de esta mujer no sólo que su ofrenda vale más porque dio todo lo que tenía; otros en cambio dan mucho, pero de lo que les sobra, y por eso su ofrenda vale menos. La viuda con su ofrenda muestra que ella ama a Dios, el templo y el oficio divino en el que se experimenta la cercanía de Dios. Y porque ama a Dios da todo lo que tenía a Dios.

El evangelio de este domingo nos llama a dar lo mejor de nosotros; a dar lo más a Dios. “Dar a Dios lo mejor” es el motivo que llevó en la Edad Media a construir catedrales; a levantar altares magníficos a Dios. “Dar a Dios lo mejor” es lo que motiva a acudir a la iglesia con el mejor vestido; a cantar con el mejor arte en las celebraciones litúrgicas…

“Dar a Dios lo mejor” no es un motivo del pasado. Sigue siendo actual. Es cierto que “dar a Dios lo mejor” es sobre todo preocuparse por el hermano y sus necesidades. Y por eso hay que medir hasta dónde se puede dedicar dinero a adecentar el templo cuando tantas personas pasan necesidad. Pero “dar a Dios lo mejor” significa sobre todo amar a Dios y ponerle en el centro de nuestras preocupaciones e intereses.

El amor a Dios y al prójimo es el remedio contra la pobreza, la del cuerpo y la del alma. Amar a Dios quiere decir hacerle sitio en nuestra vida, hablar con él, acoger su palabra, confiar en que vivir como Él nos propone es un camino de plenitud y felicidad.

Vamos a Dios lo mejor, lo más de nosotros mismos. Al abrirnos a Dios posibilitamos que Él venga y llene con su presencia nuestra vida y nuestra persona.