Homilía 17 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 28 de julio de 2013

JESÚS ENSEÑA A ORAR



Hay cosas que no se aprenden en la escuela. Ni necesitamos realizar un cursillo para empezar a ejercitarlas. Hay cosas que aprendemos por nosotros mismos y las ejercitamos al ritmo de la vida. Simplemente se empieza y se va mejorando con la práctica. Una de esas cosas es el hablar. Quizás se acuerden cuando sus hijos comenzaron a hablar. Primero vinieron los balbuceos, después las primeras palabras y finalmente las primeras frases. Las primeras palabras de un niño siempre tienen un aire misterioso. ¿De dónde viene que una buena mañana o una buena tarde comenzaran a articular la primera palabra? Quizás no haya otra explicación que el ser humano es comunicativo. Que necesitamos contar a otros lo que nos ocurre. Que necesitamos llamar a los que nos rodean y relacionarnos con ellos.

Las acciones más básicas de la vida humana como reír, llorar, hablar o andar no se aprenden en la escuela, ni después de realizar un cursillo. Se adquieren por uno mismo a partir de determinadas circunstancias de la vida. Es verdad que los demás nos han ayudado a ejercitarlas. Pero no se trata de una ayuda especialmente programada. Es una ayuda surgida al ritmo de la vida cotidiana, y que viene después de que nosotros hayamos dado el primer paso.

 La oración es una de esas cosas que se aprenden sin cursos especiales. La oración también se ejercita por uno mismo en la medida en que percibimos que Dios nos rodea y toca nuestra vida. En esos momentos nos dirigimos a Él y hablamos con Él. Le contamos nuestras cosas, le decimos gracias y le pedimos su ayuda. Quizás todos podamos acordarnos de nuestros primeros momentos de oración. No hemos necesitado de muchas complicaciones ni de formulas aprendidas de memoria. Simplemente hemos hablado con Dios. Le hemos saludado y le hemos contado como nos encontrábamos. Los mejores momentos de oración son como las mejores conversaciones con nuestros amigos. Simplemente charlamos con tranquilidad contando a Dios nuestras alegrías, nuestras preocupaciones y nuestros temores.

Todos hemos aprendido a hablar sin demasiado esfuerzo. Pero una vez que lo hemos aprendido sabemos que hay situaciones en las que resulta más difícil dirigirnos a otras personas. Hay momentos en los que nos faltan las palabras adecuadas. Hay situaciones en las que el dolor ahoga nuestras frases. O hay alegrías tan grandes que para expresarlas nuestro lenguaje nos parece pequeño y ridículo. En esos momentos tenemos que recurrir a frases hechas. O recurrimos a las palabras que otros nos prestan. Hay ocasiones en las que para expresar el sentido de lo que vivimos acudimos al texto de un poeta, o a las palabras que alguna vez escuchamos a otra persona.

Con la oración ocurre lo mismo. Normalmente oramos a Dios con nuestras palabras y sin mayores complicaciones ni formulas hechas. Pero también hay situaciones en las que queremos hablar con Dios y nos faltan las palabras. Hay momentos en los que Dios no está tan presente en nuestra vida, en los que parece que ha desparecido de nuestra existencia. O simplemente hay ocasiones en las que tengo que rezar con otras personas. En estos momentos para rezar no basta con mi lenguaje. Necesitamos un lenguaje común.

Porque hay veces que necesitamos palabras para rezar, todas las tradiciones religiosas de la humanidad tienen formulas oracionales. A ellas se recurre para expresar lo que uno siente en determinadas circunstancias.  Por eso también Jesús enseñó a sus discípulos a orar, como nos dice el evangelio de este domingodomingo. Él sabía que para orar no hacen falta muchas palabras. Él sabía que el ser humano habla con Dios a partir de sí mismo. Pero también sabía que hay veces que el lenguaje se paraliza y no sabemos como dirigirnos a Dios. O hay ocasiones en las que tenemos que rezar juntos y no en solitario. Para esas ocasiones Jesús nos enseñó el padrenuestro.

 Los poemas hacen presentes aquellas cosas que no vemos y que sin embargo nos tocan muy adentro. Sabemos que hay cosas que nos tocan, aunque no tengan forma visible. La libertad, la amistad, el amor, la fidelidad son algunas de esas cosas. Para hacerlas presentes necesitamos nombrarlas, decirlas. Y necesitamos hacerlo de un modo adecuado. Jesús es un poeta, es el poeta de Dios Padre. Uno de los poemas que nos dejó fue el padrenuestro. En este poema quiere hacer presente a Dios está aunque no le veamos; su reino de felicidad y plenitud aunque el dolor nos rodee; la reconciliación aunque el rencor y el orgullo construyan abismos de distancia. Cuando en nuestra vida se oscurezca Dios, cuando la vida nos resulte más dura que lo acostumbrado, cuando el orgullo nos impida decir perdón… siempre podemos mirar al cielo, unir nuestras manos a otros y decir: Padre nuestro… venga tu reino… perdona nuestras ofensas…