Homilía 6 domingo de Pascua. Ciclo B. 13 de mayo de 2012. Jn 15, 9-17


La sabiduría de la vida



Una antigua historia cuenta que un joven príncipe asumió la regencia del reino tras la muerte repentina de su padre, el rey. Como quería reinar bien y sabía que tenía mucho que aprender, pidió a los sabios de su reino que reunieran toda la sabiduría sobre la vida. Los sabios se pusieron a trabajar y tras treinta varios años de esfuerzo compusieron una obra de más de 40 volúmenes. Como el rey no tenía tiempo para leer toda esa obra les pidió que resumieran lo más importante. Los sabios se pusieron manos a la obra y tras diez años recogieron lo más importante de esos volúmenes en un libro de 500 páginas, y se lo presentaron al rey que ya se había convertido en un anciano. El rey volvió a decirles que no tenía tiempo para leer ese libro y que resumiesen su contenido. Tras cinco años de trabajo acudieron a la corte y encontraron al rey en el lecho de muerte. Habían resumido toda la sabiduría de la vida en una frase: “La gente vive, busca la felicidad, sufren y mueren. Y lo que permanece sobre todas las cosas es el amor que reciben y dan a otros.”

¿Qué es lo que permanece en nuestra vida, tras nuestros esfuerzos y trabajos? El amor que recibimos y damos a otros. Estas son también las palabras que Jesús dice a sus discípulos poco antes de su muerte.

Los discípulos habían sido testigos del mensaje que Jesús había proclamado. Habían escuchado sus explicaciones y asistido a sus discusiones con los sabios religiosos de su tiempo. Habían contemplado las curaciones de Jesús, su cercanía con los enfermos y pobres…Y ¿qué quedaba de todo el mensaje y de todas las acciones de Jesús? ¿En qué se resume su mensaje?

Los discípulos sabían que nuestro mundo necesita personas como Jesús. Necesita sus palabras y sus gestos. También recordaban que Jesús les había pedido que anunciaran su Reino. Pero sentían que esa tarea excedía sus capacidades y fuerzas. Y no sabían cómo continuar.

En las escenas de la resurrección se dice que Jesús aparece en medio de sus discípulos y habla con ellos. Les dirige su palabra y al escucharle se llenan de fortaleza y ánimo. Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando recordamos las palabras de su despedida que recoge el evangelio de este domingo.

Jesús dice a sus discípulos: “Me voy al Padre, pero no os dejo solos. Sigo estando cercano a vuestra vida, tan cerca como la palabra de una oración. Vosotros sois mis amigos y voy a ayudaros a que vuestra vida esté llena de alegría”.

Jesús conoce los misterios con los que Dios gobierna el mundo. Es la realidad del amor. Por eso el amor sintetiza su mensaje y su obra.

Todo este mensaje es buena noticia que nos anima y da fuerzas en la vida. Dios nos ama. Nuestro creador y salvador nos presta atención, nos otorga reconocimiento; nos trata como amigos.

Y lo bueno de todo esto es que también nosotros podemos entregar ese mismo amor a otros. Podemos ser apoyo y acogida de otras personas. Podemos irradiar algo del amor de Dios.

Ciertamente, lo que queda de la vida, es el amor que recibimos y damos a otros.

Homilía 5 domingo de Pascua. Ciclo B. 6 de Mayo de 2012. Jn 15, 1-8




La imagen de la amistad

La amistad es una de las cosas que más satisfacción aporta a nuestra existencia humana. Los amigos son un gran apoyo sobre el que nos impulsamos cada día y sobre los que nos levantamos de nuestros errores y caídas. Los amigos son el refugio al que acudimos a buscar protección, consuelo y consejo. Son también quienes saben decirnos palabras que nos despiertan de nuestras ensoñaciones y que nos corrigen cuando equivocamos el rumbo.

La amistad es un vínculo que cuando es verdadero permanece sobre el paso del tiempo uniendo la vida de dos personas. No sé si en nuestra cultura de cambios y movimientos hay todavía vínculos que permanezcan durante mucho tiempo. Pero si los hay lo son de los amigos de verdad.

Jesucristo nos ofrece su amistad. Un vínculo que no lo es para algún tiempo, algunas semanas o meses. Es una amistad para siempre y para toda la eternidad. Esta amistad puede ser tan estrecha que no pasemos un día sin hablar con él.

Todo esto es lo que Jesús nos quiere decir con la imagen de la vid y del sarmiento. Todos tenemos la libertad de separarnos de Jesús o de permanecer unidos a Él. Quien se separa no da fruto y quien permanece junto a Jesucristo hace crecer en su persona frutos que alcanzan hasta la eternidad.