Homilía 18 domingo tiempo ordinario. Ciclo A, 31 de julio 2011

DADLES VOSOTROS DE COMER


Ciertamente no vivimos solamente de pan. El ser humano también necesita belleza, amistad, reconocimiento, sentido, reflexión, relación con Dios…Todo esto es necesario en la vida humana. Pero sin el alimento nuestro cuerpo no puede mantener sus funciones. Por eso en nuestra jornada nos damos un tiempo en el que la comida repare nuestras energías. En definitiva no vivimos sólo de pan, pero sin pan no podemos vivir.

Los discípulos parece que conocían muy bien esta ley de la naturaleza humana. Por eso, en el evangelio de este domingo, le dicen a Jesús que las personas que habían acudido a escucharle también necesitaban reparar fuerzas. No se pueden apurar las cosas hasta el final no sea que alguno desfallezca –“Maestro hay que ir acabando para que la gente pueda ir a los pueblos a comprar algo de comer”.

Los discípulos tienen las ideas a claras. A Jesús se viene a recibir el alimento espiritual. Pero el pan, el alimento del cuerpo, cada uno debe procurárselo por su cuenta. No nos resulta extraña esta manera de presentar las cosas. Aquí la Iglesia con su mensaje espiritual, allí la  sociedad y las personas con sus necesidades básicas. Lo nuestro es el alimento del espíritu, el del cuerpo no es tarea de la Iglesia

Jesús rompe con esta manera de dividir y trocear la existencia humana. Él siempre tiene una visión más integradora de la realidad. Por eso les dice a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”. El mandato es claro. Misión de la Iglesia no es sólo anunciar el Reino de Dios. No basta con la catequesis y la instrucción en la fe. La fe afecta todas las dimensiones de la vida humana. La salvación también es cosa del cuerpo. Traiciona la verdad cristiana quien dice que el evangelio no tiene que ver con la historia y que el mensaje de la Iglesia sólo se refiere a la vida eterna. Cuando la Iglesia caiga en la tentación del “cada cual se busque la vida” que lo nuestro no tiene que ver con las necesidades del cuerpo, habrá que recordar de nuevo la palabra de Jesús: “Dadles vosotros de comer”.

¿Cómo es posible cumplir este mandato del Señor? ¿Cómo podemos dar de comer si tenemos tan pocos recursos? ¿Cómo podemos afrontar problemas tan graves como los que hay en el mundo si solamente tenemos cinco panes? La respuesta de Jesús otra vez nos sorprende. A Jesús no le interesa lo que tenemos; le importa lo que damos. En el Reino de Dios lo que cuenta no es lo que se tiene. Sólo importa lo que se da. Y si cada uno de nosotros diéramos lo que tenemos, seguro que la pobreza en el mundo se superaba en una tarde.

El escritor francés Saint Exupéry decía: “Es inolvidable el sabor del pan que tu compartes”. Ese sabor es el de la entrega, el del amor, el de la solidaridad. Un sabor que no se borra de la memoria. El pan repartido y compartido también expresa una palabra. Una palabra silenciosa que susurra al otro: “toma este pan, yo quiero que vivas, tu existencia me importa”.

Cuando el pan susurra una palabra de amistad y amor, el ser humano encuentra la satisfacción plena de sus necesidades. Vivimos de pan, pero sobre todo nos satisface el pan de amor, el pan de encuentro. El pan que nos susurra: “Tu me importas, yo quiero que vivas…” es el pan de la Eucaristía. Un pan que nos trae la entrega de Jesús y que a quien lo recibe lo capacita a darse y lo despreocupa del tener.