HOMILÍA 28 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A 9 de octubre de 2011


Se ruega contestación

Cuando hoy alguien nos invita a su boda o a otro acontecimiento social suele poner en la inivitiación: "se ruega confirmación". O sea que nos preguntan si hemos aceptado la invitación y si vamos a corresponder con ella. Y todos lo entendemos. Una boda es algo complicado de organizar. Hay que preveer muchas cosas: comunicar el número de invitados, organizar la colocación de las mesas, etc. Los novios deben saber con cuantas personas tienen que contar. También nos parecería ineducado que alguien conteste que va a asistir y al final no ir sin dar ninguna explicación ni pedir disculpas.

Por todo esto podemos entender el enfado del rey de la parábola en la lectura de este domingo. Había hecho una invitación para la boda de su hijo y los invitados ni se presentaron ni quisieron ir. Así nos ocurre a nosotros. Dios nos ha invitado a una fiesta. A la fiesta de la vida. Y pide nuestra asistencia, nuestra rspuesta afirmativa. Nuestro Dios nos ha creado para la felicidad y la alegría. Pero no nos obliga a ello. Pide nuestra colaboración. Dios que nos ha creado sin preguntar si queríamos la existencia no nos salvará sin contar con nosotros. Dios respeta siempre nuestra libertad, la libertad humana. Lo único que esa libertad tiene consecuencias y no querer participar en la fiesta de Dios hace que nos perdamos por el camino de la tristeza y la desolación.

Al fallar los primero invitados el rey acude a invitar a otras personas que encuentra en el camino. La fiesta de Dios no queda vacía. Siempre hay personas que acuden. Pero el rey se enfada con ellas por no llevar un traje apropiado. Y es que la forma de vestir expresa lo que somos y aspiramos. Tenemos que entenderlo bien. Dios no quiere que vayamos a la fiesta con roca cara y de marca. Dios quiere que acudamos con una disposición adecuada.

Lo que Dios espera de nosotros es que acudamos con alegría, que seamos recpetivos, que sepamos relacionarnos con otros. A la fiesta de Dios entran los que saber acoger en su corazón una alegría sencilla, los que están abiertos a los demás. Ese es el traje que Dios nos pide: el de la alegría, la sinceridad, la sencillez y la socialidad. Quienes así viven poseerán el Reino de los cielos