Homilía 4 domingo de Adviento. Ciclo A. 22 de diciembre de 2013

Los sueños


Parece que hoy podemos vivir sin grandes sueños y sin grandes visiones. Nos hemos acostumbrado a renunciar a la utopía, a conformarnos con lo que hay, a aceptar “las cosas como son”. Y decimos que es el precio de la modernidad. Que tenemos que ser prácticos y no despistarnos con evanescencias románticas. Pero la modernidad significa de verdad ¿ausencia de sueños y utopías? ¿Tenemos que resignarnos a un pragmatismo ramplón, incapaz de pensar las cosas de otro modo?

A veces pensamos que los sueños son humo que se lleva el viento. Que no sirven de nada y que nos alejan de la realidad. Pero los sueños pueden ser la inspiración de Dios en nuestra vida, pueden ser la voz de Dios que nos llama a vivir un mundo distinto y mejor.

En el evangelio de este domingo Dios habla en sueños a José. Y le pide que acoja a María, que está encinta y espera a un niño. Y José hace caso a su sueño, aunque no lo entienda del todo. Aunque suponga romper con convenciones sociales, aunque suponga correr riesgos. Y José, porque hace caso a su sueño colabora en la llegada del Mesías, en la irrupción de la salvación en nuestras vidas.

El evangelio de hoy es una invitación a soñar y a descubrir la voz de Dios en nuestros sueños. Dentro de unos días comienzan las celebraciones de la Navidad. Tienen algo de sueño porque anuncian un mundo distinto, un mundo de paz, de relaciones cordiales y no agresivas, un mundo de fiesta y alegre que surge cuando nos reconocemos como compañeros en el camino de la vida. A veces salimos al paso de la navidad con una actitud de profundo escepticismos. Sabemos que el mensaje de la navidad es bonito. Está bien que expresamos nuestros deseos de un mundo mejor y en paz, que felicitamos a personas que hace mucho tiempo que no vemos, que hagamos regalos a las personas que apreciamos. Pero en el fondo pensamos que todas estas celebraciones no cambian nada.


Ciertamente la navidad es un sueño, el sueño de Dios. Ese sueño podrá emepezar a cambiar las cosas si salimos a su encuentro no como un juego que tenemos que jugar cada año, sino como una voz que nos llama a comprometer nuestra vida. Que la celebración de nuestras navidades sea festiva, pero que sobre todo animen nuestro compromiso por hacer un mundo mejor.

Homilía 3º Domingo de Adviento. Ciclo C. 15 de diciembre de 2013. Mt 11, 2-11

Saber quién es uno



Una de las cosas realmente complicadas en la vida humana es conocerse bien a uno mismo. Hace falta mucha atención, mucha humildad, mucha capacidad de introspección para detectar de verdad las aspiraciones propias, los valores que orientan el camino de la existencia, los deseos que se persiguen. La pregunta ¿Quién soy yo? no la acabamos de responder nunca. Nos persigue a lo largo de la vida. La dificultad de responder a esta pregunta es lo que se encuentra en el origen de la incomodad que sentimos cuándo alguien nos pregunta quiénes somos. Y por eso solemos responderlas con evasivas. A pesar de la dificultad la pregunta por la identidad propia es una de las más importantes y decisivas de la vida. La cuestión no es cuánto tengo o qué dicen los demás de mí. La cuestión que importa es quién soy yo de verdad

A Juan el bautista le hicieron esta pregunta. Y tal y como lo recoge el evangleio de este domingo no la rehusó ni la respondió con evasivas. Al contrario su respuesta destella lucidez. Por tres veces niega ser aquello que se le atribuye: el mesías, Elías, o un profeta. En la Biblia tres veces es un símbolo de la totalidad. Y por eso tres veces quiere decir siempre. Juan no deja resquicio al autoengaño y siempre da una negativa cuando se le atribuye una identidad diferente a la que realmente tiene. Juan no se hace pasar por quien no es. No juega a tener una identidad diferente a la suya.

Juan sabe quién es. Y al conocerse percibe con lucidez la tarea que le corresponde. Es el precursor, el que anuncia lo que viene detrás. Es el telonero que prepara el ánimo y caldea el ambiente para el gran concierto. Es un dedo que señala al Mesías, una voz que anuncia al Salvador.


Igual que Juan la Iglesia y cada creyente también es una voz que anuncia, una mano que indica. No somos el Salvador ni nuestras obras son la salvación.  Pero apuntamos y cantamos a quien está por venir. Nuestra tarea es prestar nuestra voz y nuestro rostro al evangelio, apuntar a quien viene a traernos la salvación.