IV Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 18 de Marzo de 2012

Saber mirar a lo alto

Una madre me contaba hace poco que el comentario que su hija hizo después de su primera confesión. “Pues no fue tan terrible y al final me he puesto contenta”. El párroco se había esforzado en la preparación de la primera confesión de los niños de comunión. Les había hablado de un Dios de la misericordia y del perdón; de nuestro compromiso por desarrollar nuestra persona y ser cada día mejores; de la importancia de mirar con sinceridad a la propia vida y reconocer el mal que hacemos. Los esfuerzos habían dado resultado. Aquella niña había experimentado la alegría que provoca encontrarse con Cristo que nos libera del mal; el gozo de experimentar que Dios nos ama como sus hijos hagamos lo que hagamos.

Las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo vienen a confirmar lo que esa niña experimentó en su primera confesión. “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Y Jesús explica esta frase con un ejemplo. Los israelitas en el desierto murmuraban contra Dios. Entonces se produjo una plaga de serpientes y quien era mordido por una de ellas moría. Los israelitas pidieron ayuda al Moisés. Éste elevó una serpiente en lo alto de un palo. Quien fuera mordido por la serpiente y elevará la vista  no moriría.

El ejemplo nos dice que tenemos que saber mirar a Dios. Si así lo hacemos el buen Dios nos librará de las consecuencias del pecado. El pecado de los israelitas es el pecado permanente de la humanidad: no querer reconocer a Dios como centro de nuestra vida. Confundirnos y pensar que por ser la cúspide de la creación no puede haber nada por encima de nosotros. Obrar como si no pudiera haber ninguna medida por encima de nuestra voluntad. Esta manera de pensar nos lleva a la catástrofe. Hoy escuchamos voces que nos dicen que se acabó esa “sociedad de la diversión” que proponía pasarlo bien y disfrutar hasta la muerte como única aspiración. Hoy tenemos que aprender a pasar de la “sociedad de la diversión” a la “sociedad de los valores”, reconociendo que hay límites en la vida humana que no se deben sobrepasar si no queremos poner en peligro nuestra propia humanidad.

Jesús dice que también Él será elevado para que quien crea en Él tenga vida eterna. Nos está hablando de su muerte en la cruz. La cruz nos muestra la profundidad de un amor que no responde a la violencia con más violencia y odio. Nos muestra la fuerza de alguien que entregó su vida completamente a la misión que Dios le había encomendado. Quien sabe mirar a la cruz recibe la fuerza de la vida, la fuerza que nos empuja a vivir en el amor y la entrega a los demás.

Uno puede abrirse a esta propuesta de vivir en el amor, o puede cerrarse a ella. O como es mi caso y el de muchos: podemos acoger esa propuesta de amor sin acabar del todo de realizarla en nuestra vida; sin lograr comprometernos a fondo con ella. Es entonces cuando tenemos que saber mirar a lo alto, a la cruz, y reconociendo nuestro mal, pedir ayuda al Dios bueno que nos protege.