Homilía Domingo de Ramos. 2 de abril de 2012

El héroe avanza armado, el santo lo hace desnudo

Alguien dijo una vez que “el héroe viene a nuestro encuentro armado, el santo desnudo”. En la vieja historia del enfrentamiento de David con Goliat, David avanza desarmado y dice estas palabras: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de Dios” (1Sam 17,45). El héroe avanza armado, el santo desnudo.

Estas palabras sirven para describir también la manera en la que Jesús entra en Jerusalén al comienzo de su pasión. Viene desarmado y en el nombre del Señor. Y está actitud continuará en todos los momentos de su proceso y muerte. Morirá desnudo en la cruz, tras ser despojado de sus vestiduras. Será condenado sin pronunciar una palabra de reproche, sin devolver la violencia que recibía; sin responder agresivamente a los que le castigaban.

Jesús entra en Jerusalén al lomo de un pollino. No viene con poder y fuerza, se acerca a nosotros con la sencillez de quien busca nuestra acogida: de quien camina en el nombre del Señor y confiando en el buen Dios.

Toda esto nos habla del modo con el que Dios realiza la salvación. La salvación no procede de la violencia, de la fuerza, del poder. La salvación viene de un amor entregado.

La humanidad se ha preguntado y se pregunta ¿quién salvará nuestro mundo? ¿De dónde viene la salvación? ¿Quién nos ayudará a ser más humanos? La salvación no viene del poder. Después de la trágica experiencia histórica del siglo XX y los millones de muertos a causa de la violencia política producida por las cegueras ideológicas, podemos decir que la salvación no viene de las ideologías y las ideas, por muy importantes que sean estas últimas. Tampoco viene de la ciencia y la técnica, aunque estas nos ayuden a que la vida sea menos dura. Ni viene del desarrollo económico.

Al ser humano le salva la relación y el encuentro con alguien que acoja positivamente nuestra existencia y reconozca nuestra persona. La salvación viene de un Dios que nos ama entregadamente y en ese amor rompe la dureza de nuestro egoísmo.

Este domingo comenzamos los días de pasión. Pasión es una palabra cargada con un doble sentido. Es sufrimiento y padecimiento. Pero es también ebullición vital, entusiasmo, empuje arrollador. No hay vida verdadera sin pasión en este doble sentido; sin fuerza de vida y sin sufrir por lo que se ama. La fe es la participación en la pasión de Dios, en su compasión por un mundo que sufre y duele; en su compromiso con un mundo que se encuentra en proceso de transformación del mal en bien, del pecado en santidad.

Jesús viene a nuestro encuentro desarmado, desnudo. Viene para hacernos partícipes de su pasión.