Homilía Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo A. 12 de marzo de 2017



Un momento de intensidad en la fe

Hoy se trata de un momento especial en nuestra vida. De esos momentos que quedan grabados en la memoria y siempre se recuerdan. Se trata de un momento especial en la vida de los discípulos con Jesús. Seguro que en el tiempo que pasaron con Jesús hubo bastantes momentos que permanecieron como algo inolvidable: algunas palabras que les llegaron al fondo de sus vidas, algunas acciones, algunas verdades proclamadas.... Pero en tre todos esos momentos destaca uno.

Fue cuando algunos de los discípulos subieron con el maestro a lo alto de nuna montaña y allí se les apareció dialogando con Moisés y Elías, y se les mostró con un rostro transfigurado. Y una voz del cielo les señalaba e indicaba quién es Jesús. Es lo que nos dice el evangelio de este domingo.

También nosotros podemos tener estos días especiales en nuestra vida de fe. Días en los que sentimos muy cerca la presencia de Dios, en la que nos alcanza y nos llega a lo profundo una palabra del evangelio, en los que la fuerza de Dios nos ha levantado y sostenido de manera especial.

Pero además de estos días también nosotros podemos tener, igual que los discípulos de Jesús, un momento especial en nuestra vida de fe. Jesús quiere llevarnos a lo alto de un monte para mostrarnos de verdad quién es.

Dejémonos llevar por Jesús.

Primero viene la dificultad de la subida. Igual sucede en nuestra vida diaria. En ella conocemos el esfuerzo del ascenso. Podríamos decir que toda la vida consiste en un ascenso. Conocemos los caminos cuesta arriba: el tiempo de preparación para alcanzar algún objetivo, la convalecencia después de una enfermedad, el aprendizaje de un idioma, reunir ahorros para conseguir algo que se quiere alcanzar. En todos esos momentos encuentro personas que me ayudan y me dan ánimo. Igual que Jesús ayudó a sus discípulos y nos ayuda también hoy a nosotros.

En el monte Jesús aparece como Mesías y Salvador. Conversa con las dos grandes figuras del pueblo de Israel: Moisés, que llevó al pueblo de la esclavitud en Egipto a la libertad. Elías que permaneció fiel a Ywhw cuando el pueblo cayó en idolatría. Las dos figuras tienen parecido con lo que hace Jesús: devolver la libertad y enseñarnos el modo de la auténtica relación con Dios.

Los discípulos tienen una experiencia inigualable en lo alto del monte. Han entendido quién es Jesús. Han experimentado la cercanía de Dios. La experiencia ha sido íntima, personal...Por eso no puede será entendida por cualquiera. Y Jesús les prohíbe que lo cuenten a todos, pues hay experiencias íntimas que no se entienden a la primera.

Los discípulos felices con su visión se quedan sin palabras. Hasta que Pedro es el primero en hablar y pide levantar una morada allí y quedarse un buen rato. Pero no es posible. Sabemos que en nuestra vida todo es pasajero. También los momentos de intensidad, de profundidad, de felicidad. Nadie puede recoger la intensidad de un instante en una fotografía. La imagen de una foto nos recordará la intensidad, alegría y gozo de un momento de nuestra vida. Y puede volver a despertar esos sentimientos en nuestro corazón pero la foto no tiene esos sentimientos.

Ante esta experiencia de Jesús con los discípulos tenemos que preguntarnos si también nosotros hemos tenidos momentos intensos en nuestra vida de fe. Y creo que la respuesta es que sí. Cada uno tenemos lugares en los que hemos vivido con intensidad la presencia de Dios. Ha habido momentos en los que hemos experimentado la paz y la grandeza de Dios en la inmensidad de la naturaleza; en los que hemos sido rozados por la fuerza de la vida de Dios al escuchar reír a un niño; en los que hemos experimentado el sostén de Dios al experimentar la fuerza de la amistad o de la comunidad. Incluso momentos de dificultad o de sufrimiento pueden ser momentos en los que vivo con intensidad la realidad de Dios.

Esos momentos son pasajeros. No los puedo fijar. Pero son reales y permanecen para siempre en mi vida sosteniendo los días de rutina, ayudándome a sostener la fe cuando la siento flaquear. Es cierto que esos momentos de intensidad no cambian el mundo  y la historia, que permanece con su dureza y dificultad. Pero esos momentos de intensidad me ayudan a confiar más en Dios y a esperar en él: ,e ayudan a ver mi presente con otra luz.

Yo os deseo a todos vosotros que en la vida nos dejemos llevar por Jesús a un encuentro profundo con Dios en lo alto del monte y que construyamos una morada con la palabra de Dios.

Homilía 1 domingo de Cuaresma. Ciclo A. 5 de febrero de 2017



La tentación de saltar el límite

Cada vez que remaos el Padrenuestro pedimos: "No nos dejes caer en la tentación". La tentación es una realidad presente en la vida humana, porque el mal, aunque no queramos verlo existe. Y nos rodea y nos amenaza.
El ser humano experimenta la seducción del mal. Y lo experimenta de muy diversas maneras. Desde la desidia y la pereza que nos lleva a hacer las cosas sin interés, o a no hacer lo que debiéramos, hasta las formas más extremas de agresividad y violencia. En principio el mal nos repele y huimos de él. Pero nos amenaza y a veces sucumbimos a su poder porque se disfraza y se nos presenta en una forma oculta.. Se presenta bajo la apariencia de bien, o bajo alguna de las apetencias más humanas como la diversión, el placer, el engrandecimiento propio.
Es lo que sucede en el relato de las tentación de Jesús que escuchamos en este domingo. En las tentaciones de Jesús el mal se presenta bajo la forma de una aspiración correcta (ante el hambre no estaría mal que pudiéramos hacer de las piedras pan), o prometiendo satisfacer el ansía de grandiosidad del alma humana (si me adoras te daré todo este reino).
Las tentaciones que experimentamos, y experimentó Jesús, suelen jugar con los límites de nuestra vida y nuestra existencia. El mal suele llamarnos a derribar y saltar las fronteras de nuestra existencia, que casi siempre son una ocasión para profundizar en nosotros mismos y experimentar realmente lo que somos. Y nos equivocamos cuando en vez de tomarlas como caminos que nos llevan a lo profundo de nosotros mismos, las tomamos como pistas de aterrizaje para despegar hacia otros mundos, siempre cargados de irrealidad. Por ejemplo, el respeto debido a otras personas, es un límite que a la vez es un camino que nos lleva a entender lo profundo de lo humano, nos lleva a descubrir la serenidad que da la humildad y la sencillez en el trato con los otros. Peor si saltamos ese límite y pretendemos dominar y controlar a los otros, acabamos por deshumanizarnos, por volvernos caprichosos y arbitrarios en nuestro comportamiento.
La palabra griega para designar la tentación (peirasmos) tiene también el sentido de "prueba". En el ámbito escolar las pruebas sirven para mostrar en que lugar del aprendizaje se encuentra uno. Las pruebas se resuelven con esfuerzo, pero merece la pena porque a través de ella uno avanza y progresa.
También la tentación de Jesús fue una prueba que sirvió para manifestar que estaba asentado en Dios y fortalecer su relación con ese Dios, Las tres tentaciones de Jesús tienen un mismo tono, una mima finalidad. Apartarle del camino que conduce a Dios; arrancarle de su asentamiento en Dios.
Ante las tentaciones Jesús responde con paz, con firmeza y confianza en Dios. Esto es lo que pedimos para nuestra vida en este tiempo de cuaresma.

Homilía el miércoles de ceniza. 1 de marzo de 2017



 Frágil como el cristal y la porcelana
"Duro como la roca, frágil como el cristal", dice un dicho castellano. El cristal es un material delicado que hay que tratar con cuidado. Cualquier roce produce rasguños, grietas y con facilidad se puede hacer añicos. El cristal, como la porcelana, sr utiliza para describir la parte delicada de nuestra vida. Las personas somos de carne y hueso, y nuestro cuerpo es frágil. Como lo es nuestra vida y lo que con ella hacemos. No solo en nuestro cuerpo, también en nuestras vivencias, en nuestros proyectos y planes, experimentamos la fragilidad.
Cada uno de nosotros contamos en nuestra vida con alguna ruptura y alguna herida. Cada uno conoce los propios desgarrones. También es parte de nuestra vida el fracaso en alguna empresa, la frustración, el desengaño. Y cada uno sabe de sus contradicciones, su zona de sombras, sus callejones sin salida. Hay ocasiones en las que muros de distancia se levantan entre nosotros y otras personas con las que tuvimos relación.
Y la pregunta que todos tenemos que plantearnos es ¿qué hacemos con las heridas y desgarrones de nuestra vida?
Una respuesta es ocultarlas e ignorarlas. Otra puede ser enmascararlas en un aspecto de normalidad, de qué todo nos va bien. Otros huyen y busquen alguna escapatoria: la diversión, los viajes, el alcohol, algún tipo de droga, las compras compulsivas, o cualquier otra actividad que parece hacer la vida un poco más soportable. Pero lo sabemos de los desgarrones interiores, como de las heridas del cuerpo, en el fondo ni podemos huir, ni las podemos enmascarar, ni ignorarlas. Nos persiguen allá donde vamos.
Hay quienes buscan ayuda en terapeutas y otras formas de meditación. Con todo el respeto y el reconocimiento a terapeutas y psicólogos, nos tenemos que preguntar si pueden sanar del todo nuestras heridas. Nos pueden ayudar, y mucho, sin duda. Pero la salvación viene de otro lugar.
Por eso, podemos preguntar de nuevo, que hacemos con la parte oscura, incluso con la suciedad que hay en nuestra vida, qué hacemos con la culpa, las rupturas, las frustraciones. Quién nos puede ayudar, quien puede sostenernos, quién está de nuestro lado, quién nos acompaña en el camino
Yo creo que son preguntas que nos ayudan a entender el sentido de este día, del miércoles de ceniza. No estamos aquí para cumplir un rito extraño o para cumplir con una tradición; ni siquiera venimos a recordar melancólicamente que la vida es pasajera y todos volveremos al polvo del que vinimos.
Estamos aquí para reconocer en lo profundo de nuestro ser que somos frágiles y necesitamos sanación. Y que ésta viene de Dios. El gesto de recibir la ceniza expresa que somos criaturas, que la vida la recibimos de Dios. Que nuestra vida es resultado del amor de Dios, que nos quiere como somos. No como nos gustaría ser o cómo aparentamos ante los demás que somos. Dios te ha dado el ser porque te quiere del modo que eres. Al recibir la ceniza recordamos nuestra condición de creaturas y nos abrimos a recibir el amor creador de Dios. Este es el primer movimiento de este día de miércoles de ceniza.
Cuando recibimos el amor de Dios que nos quiere cómo somos se abre ante nosotros un nuevo horizonte de cambio y transformación.. Sostenidos en el amor de Dios podemos intentar ser mejores cada día. Por eso el segundo movimiento de este miércoles de ceniza es la llamada a la conversión: "Conviértete y cree en el evangelio". El sí de Dios a nuestra persona es la confianza que necesitamos para poder emprender de nuevo el camino de nuestra vida. Por eso el tiempo de cuaresma es un tiempo de conversión. O lo que es lo mismo un tiempo de renovación.
Todo ello lo experimentamos y vivimos cuando nos ponemos bajo la cruz. El lugar en el que Dios expresó su amor a la humanidad, su confianza en cada uno de nosotros.

Homilía 8º Domingo ciclo A. 26 de febrero de 2016



Lo primero, el Reino de Dios

Mt, 6, 24-34

 Con el lema "América primero" comenzó el actual presidente de los Estados Unidos su campaña electoral. En su discurso de toma de posesión del cargo volvió a insistir en la misma idea, "América primero", como una intención fundamental en su programa de gobierno.

Ser el primero, ser los primeros, es una aspiración poderosa en muchos ámbitos de nuestra vida social. Ser el primero no es solamente el objetivo de muchos deportistas. También en la economía, en la vida profesional, en los centros educativos se tiene la misma pretensión. Continuamente nos presentan listados en el que se recogen los más ricos del mundo, las mejores empresas de nuestro país, las universidades más valoradas o los escolares que tienen mejor rendimiento según los criterios del estudio Pisa.

En la otra parte de la medalla de los ganadores, están los perdedores. Los que no llegan a alcanzar los primeros puestos y de los que normalmente no nos acordamos. En el ámbito deportivo no es demasiado dramático no ser los primeros, pues es verdad que aquí -y en otros ámbitos de la vida- lo importante es participar. Pero puede ser dramático en el ámbito económico y en el de la vida social. En la otra parte de los triunfadores, de los que tienen éxito, se encuentran los que no han podido llegar a los primeros puestos porque han tenido circunstancias más difíciles y no porque no se hayan esforzado. Pienso en muchas personas que han perdido el empleo, en los afectados por alguna debilidad o limitación que les impide competir en igualdad de condiciones.

En el evangelio de este domingo Jesús pide a sus discípulos que pongan en primer lugar el Reino de Dios. Lo primero el Reino de Dios y su justicia, nos dice. Y nos sitúa ante la alternativa de servir a ese Reino de Dios o al dinero.

La exigencia de Jesús viene envuelta en la imagen del Padre bueno que sabe los que necesitan sus hijos y procura dárselo. Y habla de los lirios del campo y de los pájaros que tienen su sustento. Con esta imagen Jesús no está transmitiendo una idea romántica de vuelta a la naturaleza, de despreocupación por el futuro o de no considerar las necesidades que tenemos como seres humanos, y que tenemos que cubrir con nuestro trabajo y esfuerzo. Con el ejemplo de los lirios y los pájaros Jesús no llama a la pereza o al descuido.

Jesús nos quiere decir que en el Reino de Dios la medida de la justicia es el cuidado mutuo, de la misma manera que Dios cuida de nosotros. En el Reino de Dios las relaciones no son de competencia, mucho menos de rivalidad. Son relaciones de cooperación y cuidado mutuo. Jesús nos dice que aquel que se considera ciudadano del Reino de Dios trata a los demás como hermanas y hermanos y no como rivales.

La próxima semana comenzamos la cuaresma. Es un tiempo para experimentar lo afortunados que somos y lo mucho que recibimos de Dios. Es un tiempo también para compartir lo que tenemos y somos.

Homilía 7º domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A. 19 de febrero de 2017

¿Qué hacer con una piedra?

Una piedra es normalmente un material de construcción. Con ella levantamos edificaciones. Pero una piedra se puede convertir en un instrumento de agresión, en un arma de ataque. Con una piedra podemos herir a otras personas, incluso quitarles la vida. Así era en tiempo de Jesús. Así sigue siendo todavía en algunos lugares de nuestro mundo en los que se ejecuta a personas apedreándolas.


Se cuenta que en lugar había una vez dos jóvenes amigos. Digamos que eran Pedro y Juan. Eran amigos inseparables. Apenas había cosas que no hicieran juntos. Iban a la escuela juntos y  volvían de ella también juntos. Juagaban al fútbol, estudiaban, se sentaban frente al ordenador siempre juntos. Se defendían mutuamente cuando alguien sufría alguna censura por otros compañeros.


Pero un buen día pasó algo. Nadie sabe exactamente qué, quizás ellos tampoco. Discutieron y se enzarzaron en una pelea. Y la amistad se tornó en enemistad. Uno evitaba encontrarse y rozarse con el otro. No se dirigían la mirada y cuando lo hacían era para intercambiarse un rostro desafiante.


Algunas semanas después había llovido mucho en el lugar en el que vivían. Después de la intensa lluvia salió el sol y los jóvenes se acercaban a la plaza. Allí estaban Pedro y Juan. Cada uno en un extremo de la plaza, separados por un enorme charco de agua. Pedro tomó una piedra en su mano y la levantaba en lo alto. Juan pensó, "si éste me tira una piedra, yo le tiro otra", y se agachó para coger otra piedra. Pero Pedro tiró la piedra hacia el centro del charco. Se agachó tomó otra piedra y la tiró de nuevo al charco. Juan comenzó a hacer lo mismo desde el otro extremo de la plaza. Después de un rato el charco de agua había desaparecido bajo el montón de piedras que uno y otro habían lanzado. Caminando sobre ellas se estrecharon la mano, y juntos marcharon de la plaza.


Una piedra. Material de construcción. O arma de agresión. O materia para hacer una obra de arte como la que desarrollan los escultores. Lo que se haga con una piedra lo decidimos nosotros. Lo decides tú y lo decido yo. Y no se trata sólo de buenos sentimientos o buena voluntad. Se trata de compromiso. Es a lo que nos llama el evangelio de este domingo.


Sed buenos como Dios es bueno; sed santos como Dios es santo, nos dice Jesús en el evangelio de este domingo. No se trata de tener solo buenos sentimientos. Se trata de comportarnos y relacionarnos con los otros de manera distinta a lo que nos pide nuestras reacciones más elementales. Se trata de actuar de una manera distinta a eso que decimos qué es "el  comportamiento normal y lo hace todo el mundo".


Parece normal la venganza, o al menos pagar con la misma moneda que nos han pagado a nosotros. Pero no. Jesús nos pide un comportamiento nuevo. No devuelvas mal por mal, no te dejes llevar por la venganza, ni siquiera cuando alguien te agrede físicamente. Sé generoso aunque los demás no lo reconozcan ni tengan contigo un comportamiento recíproco.


Jesús no nos llama a la sumisión ni a la indiferencia que todo lo permite y todo lo tolera. Tenemos que tener el valor de decir a otro la verdad. También cuando algo no sea justo o no sea correcto. Dí al otro lo que no haga bien, o lo que te disgusta en su manera de actuar. Pero no lo digas para humillarle o herirle. Díselo como amigo, compañero y aliado.


Jesús dice que no valen las reglas que vienen establecidas desde antiguo. "Dale al otro con la misma moneda". "Si te agreden con violencia, reacciona con la misma violencia" Se trata precisamente de romper la espiral de violencia; de superar la injusticia.  Es correcto tratar bien a los amigos. Pero Jesús nos pide tratar igual de bien a los enemigos. De este modo les estamos ofreciendo un camino para superar la enemistad.


Todo esto comienza con pequeños pasos: saludar amablemente aquel con quienes tenemos dificultades en la relación;  mostrarnos simpáticos y acogedores con quienes pensamos que lo son menos con nosotros. Acercarnos poco a poco de nuevo a  aquel de quien nos habíamos distanciado.


Del evangelio no se desprenden grandes reglas de organización social. El evangelio nos llama a desarrollar actitudes que tienen enormes consecuencias en la vida social. Nos llama a acercarnos permanentemente al otro. Hasta que los humanos no aprendamos el arte de la cercanía y la relación, las armas no dejarán de sonar definitivamente.


Una piedra, pero también una mirada, una manera de pasar junto al otro, un palabra.... ¿Qué son para nosotros? ¿Material de construcción? ¿Armas?