Homilía 14 domingo tiempo ordinario. Ciclo C. Domingo 6 de julio de 2013.

La regla de oro de la comunicación



Algunos teóricos de la comunicación apuntan que para transmitir adecuadamente un mensaje hay que tener algo que decir; hay que estar convencido del valor de lo que se dice, y hay que atender a la relación con las personas que lo van a escuchar. Entre el comunicador y los receptores se suele establecer un hilo invisible que es lo que permite la comunicación. Ese hilo está formado de confianza y simpatía.

Para establecer ese hilo de confianza y simpatía es importante que el comunicador no hable desde la arrogancia o un complejo de superioridad. No hay cosa que interfiera más en la comunicación que percibir que una persona se presenta como superior. Lo más corriente es que la arrogancia forme una barrera que impide la acogida del mensaje.

Cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar la alegría del Reino de Dios, les pide que no lleven mucho equipaje y les aconseja presentarse con una actitud de sencillez. Es la sencillez, la cordialidad, la simpatía la que establece una primera relación que facilitara la trasmisión y comprensión, del mensaje del que son portadores. Este es el mensaje del evangelio de hoy.

Y no es sólo una cuestión de estrategia publicitaria que pide adoptar una pose al mensajero. Se trata de presentar con la propia vida y la propia persona el sentido del mensaje que se porta. El evangelio es la expresión de la acogida de Dios a todo ser humano. Y esa acogida se transmite en la propia acogida de quien comunica el mensaje.

Hoy las iglesias cristianas europeas nos encontramos ante el reto de transmitir adecuadamente la fe a las generaciones que vienen detrás de nosotros. Es una gran tarea que para acometerla es preciso que estemos convencidos del valor enorme del evangelio para la vida humana. Y que lo presentemos con sencillez y naturalidad. La mejor manera de transmitir la fe es situándola en la naturalidad de quien en todas las dimensiones de la vida sabe encontrarse con el buen Dios. Y quien al hablar de Dios transmite paz y gratitud.


Hablemos, hablemos con convicción del buen Dios y hablemos de él con paz y sencillez, sabiendo que la autoridad se recibe sobre todo de respaldar con la propia vida el mensaje que se comunica.