Fiesta de la Sagrada Familia. 30 de diciembre de2012


LA FAMILIA : ESCUELA DE VIDA


A los amigos se les busca, a la familia se la tiene. Pero con este refrán no está dicho todo. Idealizada por unos, criticada por otros, la familia y su significado es un tema debatido desde hace algún tiempo en nuestras sociedades.

En  pocos ámbitos de la vida podemos experimentar tan profundamente los elementos que componen la vida humana como en la familia: la confianza, el cariño, la comprensión, el perdón… Y también el conflicto, las discusiones, los desencuentros. Por eso la familia es una escuela para la vida. Aquí aprendemos acrecer en la responsabilidad, a ser solidarios, aquí se pone a prueba nuestra capacidad de convivencia.

Cuando hablamos de la familia hablamos de nosotros mismos. Las experiencias alegres o tristes de nuestra vida familiar nos acompañan a lo largo de nuestra existenciaTodavía puedo acordarme de aquellos días de las enfermedades infantiles corrientes: La gripe, el sarampión… Me acuerdo de aquellas noches de toses en las que mi madre se acercaba a la cama, me abrazaba y me decía, tranquilo, que ya se pasa, ya verás como  todo va a ir bien. Y aquellas palabras y gestos eran necesarios no sólo para calmar el miedo de la noche. Lo eran también para abrirse al futuro con confianza.

En la familia experimentamos que somos queridos y que somos capaces de amor. Donde padres e hijos se aman, allí está Dios. Por eso la familia es también escuela de fe. Para el mantenimiento y el crecimiento de la fe son más importantes las sencillas oraciones aprendidas en la familia que las liturgias solemnes de las catedrales.

Hoy la iglesia celebra la festividad de la sagrada familia y recuerda la importancia de la vida familiar. El mensaje del día de hoy es más que la defensa de una tradición Se trata del valor de las relaciones y del valor de los ámbitos de relaciónPero pensemos que en la defensa de la familia no suele ser de ayuda ni la idealización, ni las grandes palabras. A la familia se la ayuda viviendo entre todos nosotros unas relaciones más sanas, más adultas y más satisfactorias.


NAVIDAD 2012


UN DIOS AGACHADO



La atmósfera de navidad nos habla de cielos abiertos, de ángeles que cantan, de deseos de paz, de encuentros familiares. El ambiente de la Navidad nos recuerda que no vivimos sólo de pan. Que necesitamos paz, acogida, el cariño de los que nos rodean. Los textos del evangelio que escuchamos estos días os habla de ángeles que conversan con pastores, de luz y claridad, de palabras tranquilizadoras, de cantos de los coros angélicos. Una pregunta que podemos hacernos es ¿y que viene después? ¿Qué pasa cuando los ángeles se van, cuando el resplandor de la luz maravillosa se desvanece, cuando los cantos se apagan? Los evangelios nos dicen que cuando los ángeles se fueron, los pastores se pusieron en camino. La navidad no es una fiesta para contemplar desde el asiento. Es una fiesta para ponernos en movimiento, para hacernos caminar. Los pastores tomaron el camino de Belén sin pararse a preguntar si lo que habían visto no sería una ilusión.  De este modo nos recuerdan que también nosotros hoy tenemos que ponernos en movimiento, tenemos que tomar el camino que conduce a una vida más auténtica. El camino que nos lleva a la reconciliación con los otros. El camino que conduce a la generosidad de vida.
 


Y cuando llegaron a Belén se encontraron con un niño. Cuando un padre o una madre quieren hablar con su hijo suelen inclinarse hacia abajo para ponerse a su altura. En algunos casos llegan a ponerse de rodillas para pronunciar palabras sencillas que con frecuencia, son acompañadas por gestos infantiles. Los padres, para entenderse con sus hijos, se ponen a su altura, les miran a los ojos, intentan estar lo más cerca que pueden de ellos. Dios hace lo mismo con la humanidad. Se agacha para ponerse a nuestra altura y hablarnos desde la cercanía. Dios viene al lugar en el que nos encontramos para ver y vivir la vida desde nuestra perspectiva. Dios no permanece encerrado en su grandeza. Dios desciende y se pone a nuestra altura. Jesús, el niño de Belén, es el Dios agachado que se pone a nuestro nivel para jugar y hablar con nosotros.

Los cristianos creemos en el agachamiento de Dios. Por eso celebramos las navidades. Los escritores de los primeros momentos del cristianismo repetían algo que hoy es confirmado por la psicología. Solamente puede ser salvado aquello que es aceptado y acogido. Es el principio de la encarnación. Dios se hace humano para expresar la acogida y aceptación de nuestra humanidad. Una acogida y aceptación que es el comienzo de nuestra salvación. Para vivir la Navidad tenemos que recorrer el camino que lleva hasta ese Dios agachado y comenzar a conversar con Él. Dios nos espera para que le contemos nuestros problemas, nuestras preocupaciones y dificultades, nuestros fracasos y reveses. El Dios agachado puede descargarnos de todas esas cargas y soplar en nuestras vidas un aire nuevo.
 El Dios agachado señala un camino para todos los cristianos. La iglesia permanece la iglesia de Jesús cuando sabe descender, cuando sabe agacharse, cuando sabe ponerse al nivel de los problemas y alegrías de la humanidad. 


Homilía 4º Domingo de Adviento 23 de diciembre de 2012. Lc 1, 39-45

EL CANTO DE MARÍA

María, la madre de Jesús, fue una mujer sencilla. Llevaba una vida nada llamativa en una población de provincias. Y de repente un ángel de Dios le trae un mensaje extraordinario. Va tener un hijo que será el salvador de la humanidad. Y María se asusta para acabar respondiendo que se haga todo como Dios quiere.

En la historia de María que recordamos en el evangelio de este domingo María acude a visitar a Isabel. El niño de ésta salta de alegría ante la visita. El foco de la historia de la salvación se posa sobre dos mujeres sencillas, que colaboraron en la historia de la salvación

De este modo nos muestran algo que hace pensar. No hay porque ser rico e importante para contribuir de manera única en la historia de la salvación. Para ser colaboradores de Dios no hace falta nacer en una ciudad importante o en el seno de una familia con renombre. Y en María Dios nos dice que en la historia de la salvación lo decisivo no son ni los grandes discursos ni las grandes palabras. Lo que cuenta es saber escuchar y estar dispuesto a acoger la palabra de Dios.

En su palabra Dios trae posibilidades nuevas y desconocidas para la vida humana. La palabra de Dios abre un futuro diferente. Esas posibilidades se convierten en realización allí donde hay un oído atento, allí donde alguien escucha y acoge.

María no es conocida por generaciones por sus grandes palabras y discursos. Tampoco lo es por su riqueza. La grandeza de María se encuentra en que fue acogedora de la Palabra de Dios y en esa acogida las posibilidades de Dios se hicieron historia y realidad. “Hágase como dices”, dijo María y en esa respuesta Dios trajo a su Hijo al mundo. María, la de las pocas palabras y la respuesta firme, es figura y forma de la fe de la Iglesia. Es modelo de la fe de cada creyente. María la de la escucha, la que sabe acoger palabras que vienen de fuera y de lo alto, es la primera creyente. La que nos muestra que los sencillos, los que no tienen linaje con renombre, los que viven en lugares apartados, los que sin palabras grandilocuentes y rotundas, escuchan y se comprometen, son los que introducen en la historia las posibilidades de Dios.

Homilía 3 domingo de adviento


 Saber quién es uno

Una de las cosas realmente complicadas en la vida humana es conocerse bien a uno mismo. Hace falteea mucha atención, mucha humildad, mucha capacidad de introspección para detectar de verdad las aspiraciones propias, los valores que orientan el camino de la existencia, los deseos que se persiguen. La pregunta ¿Quién soy yo? no la acabamos de responder nunca. Nos persigue a lo largo de la vida. La dificultad de responder a esta pregunta es lo que se encuentra en el origen de la incomodad que sentimos cuándo alguien nos pregunta quiénes somos. Y por eso solemos responderlas con evasivas. A pesar de la dificultad la pregunta por la identidad propia es una de las más importantes y decisivas de la vida. La cuestión no es cuánto tengo o qué dicen los demás de mí. La cuestión que importa es quién soy yo de verdad
A Juan el bautista le hicieron esta pregunta. Y tal y como lo recoge el evangleio de este domingo no la rehusó ni la respondió con evasivas. Al contrario su respuesta destella lucidez.Juan no deja resquicio al autoengaño y siempre da una negativa cuando se le atribuye una identidad diferente a la que realmente tiene. Juan no se hace pasar por quien no es. No juega a tener una identidad diferente a la suya.
Juan sabe quién es. Y al conocerse percibe con lucidez la tarea que le corresponde. Es el precursor, el que anuncia lo que viene detrás. Es el telonero que prepara el ánimo y caldea el ambiente para el gran concierto. Es un dedo que señala al Mesías, una voz que anuncia al Salvador.
Igual que Juan la Iglesia y cada creyente también es una voz que anuncia, una mano que indica. No somos el Salvador ni nuestras obras son la salvación.  Pero apuntamos y cantamos a quien está por venir. Nuestra tarea es prestar nuestra voz y nuestro rostro al evangelio, apuntar a quien viene a traernos la salvación.

Ricardo de Luis Carballada, OP

Homilía 2º domingo de Adviento. Ciclo C. 9 de diciembre de 2012


Dejad los vestidos de tristeza


Vivimos tiempos difíciles y complicados. La crisis económica, el elevado número de desempleados, las incertidumbres del futuro nos llenan de preocupación y hasta de miedo. A esto hay que añadir la desconfianza en los responsables públicos, que se hace más grande en la medida que se conocen casos de corrupción y de incompetencia en la gestión de los asuntos públicos.

En esta situación en la que nos encontramos, escuchamos la palabra del evangelio de hoy que nos dice: Y todos verán la salvación.

El evangelio de este domingo termina con una promesa de salvación. La pregunta que podemos hacernos es ¿qué puedo hacer en mi vida para ver esa salvación? ¿Qué puede hacer la Iglesia, las comunidades cristianas para hacer ver la salvación de Dios?

La lectura del profeta Baruc, que también escuchamos este domingo, nos puede ayudar a encontrar una respuesta a esas preguntas.
Baruc era el secretario del profeta Jeremías y escribe en tiempos en los que una parte de Israel se encuentra en el exilio de Babilonia. La ocupación de Israel por Asiria tuvo como consecuencia que una parte del pueblo israelita fue deportado. Vivían en tierra extraña anhelando el regreso. A estas personas el profeta Baruc les anuncia un "segundo éxodo". Isaías había descrito ese regreso en el capítulo 35 de su libro como alegría del desierto, florecimiento de la estepaBaruc, siguiendo el sentido de estos textos, describe el regreso de los desterrados presentando a Israel como una madre que sube al monte para ver venir a sus hijos. Esa mujer, cambia sus antiguos vestidos de luto para vestirse de la gloria de Dios. Y contempla como Dios abajó los montes, allanó los barrancos, llevando a los desterrados por un buen camino.
La profecía de Baruc no fue nunca realidad. El regreso de los desterrados no fue ni tan triunfal ni grandioso. Fue pequeño y se desarrolló en un amplio espacio de tiempo. Pero no por eso pierden sentido las imágenes del profeta. Ellas nos dicen que los anhelos y esperanzas de los hombres son más grandes que las realizaciones. Recordar esos anhelos y esperanzas nos empuja cada día a construir un futuro mejor; a intentar mejorar las cosas.

Lo mismo nos dice Juan el Bautista en el evangelio de este domingo. Él recuerda los anhelos y esperanzas de los profetas. Y recurre a sus imágenes para indicar que en Jesús acontece un nuevo éxodo. Un regreso a una tierra mejor. Seguir a Jesús es caminar a un mundo nuevo y mejor.

¿Cómo podemos ver hoy la salvación de Dios? El profeta Baruc nos da una respuesta.: Dejando los vestidos de luto, vistiendo las galas de la gloria de Dios y envolviéndonos en el manto de la justicia. Juan el Bautista nos llama a acoger a Jesús; a abrirle un camino para que llegue a nuestra vida y nos lleve a ese mundo mejor.

Fiesta de la Inmaculada Concepción. 8 de diciembre de 2012


María, un nuevo comienzo



El escritor Hermann Hesse decía en uno de sus poemas: „En el fondo de cada comienzo hay un hechizo que nos protege y nos ayuda a vivir“. Con esta frase el poeta describe la sucesión de etapas en la vida de una persona. Cada nueva etapa de la vida tiene sus retos y sus tareas. Es posible resolverlas porque el mismo inicio de cada etapa contiene la fuerza que nos ayuda a afrontarlas. No pasamos por las fases de nuestra vida a ciegas y sin orientación sino que la propia vida nos va apuntando la dirección que tenemos que seguir.
El hechizo del comienzo no es sólo una realidad en la vida de los individuos. También está presente en nuestra historia colectiva. El inicio de un nuevo momento histórico contiene un hechizo que ayuda a caminar. Cada nuevo comienzo contiene ilusión, sentimiento de unidad y coraje colectivo.
La frase, „en el fondo de cada comienzo hay un hechizo que protege y nos ayuda a vivir“ vale sobre todo para el nacimiento de cada ser humano. Cada niño que nace trae consigo la fuerza del misterio, pues cada persona es única, inintercambiable. Cada uno de nosotros somos original y no una copia. Y esto desde los primeros momentos de la concepción. El desarrollo de cada persona depende de los primeros momentos de vida. Ya en el vientre de la madre los niños desarrollan un corazón que no es sólo un órgano para mover la sangre del cuerpo, sino que tiene capacidad de sentir, de reaccionar emocionalmente. Tienen capacidad para asombrarse, para reconocer lo que le rodea.
Porque los niños vienen con el hechizo del misterio podemos preguntarnos si en nuestra sociedad les otorgamos la suficiente atención y el lugar que les corresponde.
Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción. Si al comienzo de cada vida se encuentra el misterio. Si cada persona es única, esto vale sobre todo para la figura de Jesús de Nazaret. Como hijo de Dios su nacimiento es resultado de una decisión de Dios de compartir nuestra vida, nuestra historia y nuestra carne. En Jesús Dios viene a vivir en medio de nosotros. Y esa decisión contiene la elección de María. Ella fue elegida para traer al mundo a Jesucristo. Y la respuesta de María al plan y la elección de Dios fue un sí. María consintió y corroboró el plan de Dios.
El consentimiento de María al plan de Dios no fue solamente un sí formal. Significó comprometer su vida junto a Jesús. Primero llevándolo en su interior, después siguiéndolo en su misión, para terminar permaneciendo fiel al pie de la cruz.
La manera que tuvo María de vivir es una orientación de vida para todo cristiano. Podemos vivir como ella vivió. Abiertos a la voluntad y los planes de salvación de Dios. Recorriendo con Jesucristo el camino del evangelio. Precisamente el adviento nos ofrece la oportunidad de comenzar de nuevo nuestra relación con Jesucristo.
El tiempo de Adviento es un tiempo de preparación a la venida de Cristo. Un tiempo para preparar en nuestra vida una morada digna a Jesucristo. Por eso María es la figura del Adviento. Y su disposición a ser la madre del Salvador nos indica la dirección a tomar para que acojamos a Jesucristo en cada uno de nosotros.
“.

Homilía I domingo de Adviento. Ciclo C. 2 de diciembre de 2012. Lc 21, 25-28.34-36.


EMPEZAR DE NUEVO



Se cuenta de un gran pensador que cuando se dirigía a Dios le pedía solamente una cosa. Que le diera un buen pensamiento. Decía que con una buena idea en la cabeza podría afrontar las dificultades de la vida, salir airoso de conflictos y enfrentamientos, y lograría también orientación en medio de las oscuridades de la vida.

Al comenzar el tiempo de Adviento, tiempo de preparación al nacimiento de Jesús, se puede sugerir también un buen pensamiento que nos acompañe durante estas semanas hasta la celebración de la Navidad. Es un pensamiento adecuado para este domingo en el que la Iglesia celebra el comienzo del año litúrgico, el comienzo del año celebrativo. El pensamiento dice: Atrévete a empezar de nuevo. Jesús viene a nuestra vida y nos trae toda la novedad de Dios. Nos da la oportunidad de un nuevo comienzo.

Quizás podamos preguntarnos, pero ¿qué es lo que tengo que empezar de nuevo? Y sobre todo: ¿cómo puedo comenzar otra vez? El mismo Dios que en Jesús se hace uno de los nuestros nos ayuda a encontrar la respuesta. El Dios que se hizo hombre comenzó haciéndose niño. El Dios encarnado lo hizo en un niño. Empezar de nuevo en la vida es despertar una vez más el niño que llevamos dentro y que se ha ido durmiendo con el paso del tiempo. O tal vez lo hemos recluido al fondo de nuestra vida.

No se trata de infantilizarnos y olvidar el tiempo que ha transcurrido en nuestra existencia. Aquello a lo que Jesús nos llama cuando nos dijo eso de “hacerse como niños” es a recuperar la ilusión y la inocencia de los niños. A recuperar su mirada. Lo que más caracteriza a los niños es su manera de mirar. Miran hacia arriba, al lugar en el que nos encontramos los adultos. Y lo hacen con ojos de asombro y limpieza. Con una mirada libre de prejuicios, resentimiento y la dureza que a veces la vida nos ha ido depositando en el alma.

Hay que hacerse como un niño, o despertar el niño que llevamos dentro, para entender las palabras del evangelio de este domingo: “Levantaos, alzad la cabeza” para ver la llegada de la salvación. Quien sabe mirar como un niño libera su mirada del anclaje en el pasado y del miedo al futuro. Y podrá vivir en el presente de Dios, en el momento por el que Dios pasa por nuestra vida. Quien sabe  elevar su mirada por encima de las prisas y agobios de cada día; por encima de la trivialidad y la banalidad que nos envuelve, encuentra la salvación. Quien sabe elevarse y mirar a Dios, se encuentra con que Él viene a nuestra vida.

Otra característica de los niños es que se entregan con toda seriedad a todo lo que hacen. Incluso en los juegos ponen todo de sí mismos y juegan con muñecas y muñecos como si fueran personas de verdad. Hacerse como niños es entregarse de corazón y por entero a las tareas que se nos han confiado en la vida: cuidar de la familia, desarrollar nuestro trabajo profesional, vivir como ciudadanos responsables que se esfuerzan por mejorar el lugar en el que viven.

Atrevámonos a empezar de nuevo a retomar el niño que nos enseñará a mirar, a esperar, a confiar, a entregarnos a lo que hacemos, a vivir el presente de Dios. De ese modo seremos personas que sabiéndonos salvados por Dios llevaremos esa salvación a otros.

Homilía solemnidad Jesucristo rey del universo. 30 noviembre 2012


Jesucristo rey del universo

Verdadero-falso; bueno-malo; sano-enfermo son distinciones que tenemos que hacer cada día. Ante las propuestas publicitarias, los discursos de los políticos y las opiniones de vecinos y amigos continuamente nos vemos llamados a decidir y tomar postura. Y lo podemos hacer porque estamos en contacto con la verdad y ella ilumina nuestro interior

Aunque sepamos distinguir entre verdadero y falso, y aunque estemos en contacto con la luz de la verdad, todos nos hemos hecho alguna vez la pregunta ¿Qué es la verdad?

Esa pregunta interroga por una realidad que sea fiable y que ponga orientación en nuestra existencia. Por una realidad en la que uno pueda confiarse por entero.

Preguntamos ¿qué es la verdad? porque la verdad no se tiene como se poseen las cosas. La verdad es aquello a lo que nos aproximamos. Aquello que se tiene como una tarea que pide el esfuerzo de salir a buscarla; como un anhelo que nos pone en movimiento.

La pregunta ¿Qué es la verdad?, contiene la suficiente dosis de duda para hacer sitio en la propia vida a la verdad de los otros y de los extraños. Esa pregunta indica que uno no está cerrado en las propias posiciones y está abierto a aprender de los demás.

Al final de su encuentro con Jesús, Pilato pregunta al Señor ¿Qué es la verdad? No es corriente que alguien al final de un encuentro con otra persona formule esa pregunta. Por eso la cuestión de Pilato expresa el sarcasmo cínico de quien pregunta sin esperar que su pregunta vaya a tener una resupuesta. Más que preguntar, Pilato afirma con su interrogación que no existe la verdad. Y por eso no merece la pena entregar y arriesgar la vida por ninguna causa.

Pilato es miembro de la administración del imperio. Su punto de vista es el del pragmático que piensa que el éxito en la vida consiste en saber adaptarse a las circunstancias. Su experiencia le ha enseñado que la acción política tendrá éxito si más que orientarse por la verdad y la justicia viene determinada por las circunstancias, o la opinión de la mayoría.

Y precisamente aquí es donde el evangelista Juan nos muestra la equivocación de Pilato. Juan sabe que Jesús es portador de la verdad de la Biblia. Una verdad que no depende ni de la evolución de las circunstancias ni de la opinión de la mayoría. Una verdad que antes que ser pensada es una verdad vivida. Y por eso, como dirá Jesús repetidamente en el evangelio de San Juan, es una verdad que se confiesa con el testimonio del amor y la solidaridad.

La verdad es en la Biblia el otro nombre del amor. Y por eso no conoce límites. No es orgullosa ni arrogante, sino sencilla. No se impone con fuerza ni la violencia. Sabe aguantar y soportar el conflicto. No se transmite con grandes discursos y palabras, se contagia por contacto.
Quien se encuentra con esa verdad adhiere su persona a ella. Pilato tuvo la oportunidad de sumarse a esa verdad en su encuentro con Jesús. Pero la dejó pasar. No fue que le faltara inteligencia. Quizás el falto el valor.

Homilía 33 domingo tiempo ordinario ciclo B. 18 de noviembre de 2012. Mc 13,24-32


El Dios que viene a nosotros


Las representaciones que del fin del mundo solemos hacernos los seres humanos presentan ese momento envuelto en la violencia y la catástrofe. Quizás porque pensamos que en el mundo lo natural es la expansión de la vida, el final de ese mundo tiene que tener lugar en forma de una interrupción violenta. Al menos el cine, la literatura, el arte…y también la Biblia nos presentan el fin del mundo como algo lleno de desgracias.

Hay quienes piensan que Jesús anunció la llegada del fin del mundo con señales catastróficas como extraños fenómenos atmosféricos, hambres, violencias…Pero Jesús no pretende anunciar el fin del mundo. Lo que nos quiere decir con sus palabras es que el fin del mundo es una acción libre de Dios. Ese es el mensaje del evangelio de este domingo..

Dicho de otro modo, el mundo existe porque Dios lo quiso y terminará cuando Él quiera. Pero el final del mundo es parte del misterio de Dios. Por eso nadie puede debería atreverse a describir cómo será ese fin. Jesús cuando hablaba del fin del mundo recurría también a las imágenes e ideas que predominaban en su cultura para decirnos que el señor del tiempo es Dios y no el ser humano. Y para recordarnos que en el fin del mundo tiene que ver más con la plenitud que con la catástrofe. El fin del mundo es la entrada de todas las cosas en la plenitud. Al final no se encuentra la catástrofe sino la entrada de todas las cosas en Dios.

Con el anuncio del fin del tiempo Jesús no quiere asustarnos y angustiarnos. Lo que quiere es llamarnos a la confianza. Lo que se encuentra delante de nosotros no es el horror sino el Dios del amor que sale a nuestro encuentro en Jesús de Nazaret. Jesús nos dice, de la misma manera que al comienzo de vuestra vida no se encuentra el caos sino el amor de Dios, al final de vuestra vida tampoco se encuentra el caso sino yo mismo en persona.

La llamada a la confianza es también una llamada a la responsabilidad. A procurar que nuestro mundo –sea el grande o sea el pequeño que nos rodea- no se malogre antes de su fin en Dios.

Podríamos decir que a fin de cuentas no somos nosotros los que caminamos hacia Dios, es Dios el que viene a nosotros y sólo Él permanece el dador de un futuro que no se construye sin nosotros, sin nuestra participación.

Homilía 32 domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. Domngo 11 de noviembre de 2012. Mc 12, 38-44


Lo mejor para Dios


Un sacerdote cuenta que en una ocasión viajaba a la lndia para visitar a la Madre Teresa de Calcuta. Pertenecía a una organización de la Iglesia que ayudaba a proyectos en países con necesidades. Cuando llegó a Calcuta comprobó estremecido como las lluvias habían destruido las pobres casas de la gente haciendo a los pobres todavía más pobres. Cuando le hablaba a la Madre Teresa de lo que había visto, ésta le interrumpió y le dijo: “Mire padre hay diversas clases de pobreza en el mundo. Una de ellas es la que ha visto usted aquí. Es la que mata el cuerpo. Pero en sus países ricos también hay pobreza. Es la pobreza que mata el alma. Ambas son igual de grandes. Y contra ellas hay que emplear la misma medida: el amor.

El evangelio de este domingo nos habla de estas dos clases de pobrezas. La pobreza que seca el alma. La de quienes solamente tienen ojos para sí mismos, para sus intereses y su aparentar. La de los que sólo buscan ser admirados por los otros, incluso cuando hacen el bien en una obra caritativa, o asisten a la iglesia. Hay quienes cuando ayudan las necesidades de los otros persiguen el bienestar ajeno. Pero hay también quienes ayudan a los otros solamente por quedar bien; para ser admirados y aplaudidos por los demás. Éstos solamente tienen ojos para sí mismos. No saben ver realmente a los otros. Por eso son pobres de alma, porque solamente se tienen a sí mismos.

Otros en cambio pueden padecer pobreza material pero son ricos de alma. Como la viuda en la que Jesús se fija en el evangelio de hoy. Echa poco en la ofrenda del templo, solamente dos reales. Pero esos dos reales son todo lo que tenía. Esa viuda ofrece en el templo todo lo que tiene. Da lo mejor de sí misma.

Jesús destaca de esta mujer no sólo que su ofrenda vale más porque dio todo lo que tenía; otros en cambio dan mucho, pero de lo que les sobra, y por eso su ofrenda vale menos. La viuda con su ofrenda muestra que ella ama a Dios, el templo y el oficio divino en el que se experimenta la cercanía de Dios. Y porque ama a Dios da todo lo que tenía a Dios.

El evangelio de este domingo nos llama a dar lo mejor de nosotros; a dar lo más a Dios. “Dar a Dios lo mejor” es el motivo que llevó en la Edad Media a construir catedrales; a levantar altares magníficos a Dios. “Dar a Dios lo mejor” es lo que motiva a acudir a la iglesia con el mejor vestido; a cantar con el mejor arte en las celebraciones litúrgicas…

“Dar a Dios lo mejor” no es un motivo del pasado. Sigue siendo actual. Es cierto que “dar a Dios lo mejor” es sobre todo preocuparse por el hermano y sus necesidades. Y por eso hay que medir hasta dónde se puede dedicar dinero a adecentar el templo cuando tantas personas pasan necesidad. Pero “dar a Dios lo mejor” significa sobre todo amar a Dios y ponerle en el centro de nuestras preocupaciones e intereses.

El amor a Dios y al prójimo es el remedio contra la pobreza, la del cuerpo y la del alma. Amar a Dios quiere decir hacerle sitio en nuestra vida, hablar con él, acoger su palabra, confiar en que vivir como Él nos propone es un camino de plenitud y felicidad.

Vamos a Dios lo mejor, lo más de nosotros mismos. Al abrirnos a Dios posibilitamos que Él venga y llene con su presencia nuestra vida y nuestra persona.

Homilía 31 domingo del tiempo ordinario. Ciclo B. Mc. 12, 28b-34

Los dos preceptos


Cuentan que un famoso rabino tenía fama de santo. Todas las mañanas, muy temprano, se introducía en el bosque. Después de algún tempo regresaba al pueblo con el rostro resplandeciente. Sus vecinos decían que era el tiempo que se tomaba para Dios. Aquel tiempo le transformaba hasta hace resplandecer su rostro.

Un buen día un vecino le siguió y descubrió su secreto. El tiempo que aquel hombre pasaba en el bosque lo ocupaba haciendo las labores de una anciana que vivía sola. Ese ere su tiempo para Dios.

El evangelio de este domingo nos presenta esas palabras de Jesús en las que el amor de Dios está unido al amor al prójimo. Es la respuesta a un sabio de la ley que le pregunta por el mandamiento principal. Jesús responde que amar a Dios y al prójimo.

Para el cristianismo estos dos preceptos se encuentran unidos. No se puede amar a Dios sin experimentar que ese amor nos lleva a los otros. Y a su vez, para amar a los otros necesitamos fuerza, necesitamos ser empujados por el amor de Dios.

En tiempos de Jesús los doctores de la ley habían establecido 613 preceptos que debían ayudar a descubrir y vivir la ley de Dios. Y se discutía sobre si todos los preceptos tienen el mismo valor. Jesús resume todo el significado de la ley en el amor a Dios y al prójimo.

Con la unión de estos dos preceptos no se confunden las cosas. Ciertamente el amor a Dios y al prójimo son cosas distintas y no se pueden confundir. Amar a Dios quiere decir tomar tiempo para la alabanza y la oración, para meditar su palabra. El contacto con Dios es el fundamento del amor a Él. Quien no cuida ese contacto acabará por olvidarse de Dios.

El amor de Dios nacido del contacto con Él nos llevará al encuentro con el prójimo. Es como si Dios que, es amor, desvía el amor que recibe de nosotros hacia el prójimo.

Como en la historia del rabino estar con Dios es estar con el amor, y ese amor conduce al cuidado de los demas.

Homilía fiesta de todos los santos. 1 de noviembre de 2012. Mt 5, 1-12




¿Qué quieres llegar a ser?

Cuentan que en una ocasión un ramo de cerezas colgaba de la rama de un enorme cerezo. De repente, una de las cerezas quiere iniciar la conversación y pregunta a las otras: “Y vosotras, ¿qué queréis llegar a ser?” Mientras las cerezas pensaban la respuesta un fuerte aire se levantó sobre el campo. Agitó las ramas de los árboles y el ramo de cerezas cayó al suelo. Cuando se estaban reponiendo de la caída, la cereza que había hablado levantó la vista y contempló desde abajo la imponente figura del árbol. Y llamando la atención de las otras cerezas les dijo: “Fijaros, qué impresionante y hermoso es aquello en lo que nos convertiremos”.

“¿Qué queremos llegar a ser?” Es la pregunta que se nos dirige en esta fiesta de todos los santos. También podemos preguntarnos ¿cuál es la aspiración más profunda de nuestra vida? ¿cuál es la meta y el objetivo de nuestra existencia?

La fiesta de todos los santos interrumpe el ritmo de nuestra vida para hacernos pensar si es correcto el rumbo que queremos dar a nuestra existencia; si realmente perseguimos aquello que nos conviene. La fiesta de todos los santos viene unida al día de todos los difuntos, que celebraremos el día 2 de noviembre, y que es también una ocasión para pensar sobre el sentido y la dirección de nuestra existencia.

En la fiesta de todos los santos recordamos a todas las mujeres y hombres que orientaron su vida hacia Dios. Algunos son conocidos y han estado presentes en nuestra educación religiosa. Todos recordamos y sabemos algo de la vida del patrón de nuestra ciudad, de nuestro país. Hay santos universales y muy populares como San Antonio de Padua, como Santa Teresa de Jesús. Otros llevan nombres extraños y nos resultan desconocidos como san Eleusipo, san Juan el enano, santa Machita o santa Caritosa. Otros no han sido canonizados por la iglesia, pero cada uno de nosotros hemos conocido y las recordamos como buenos cristianos. Como personas justas y buenas. Son los santos anónimos que han pasado por la vida haciendo el bien; que han configurado su existencia según el evangelio.

Todos estos santos tienen algo en común. Permitieron que Dios entrara en el centro de su vida y orientaron su existencia según el mensaje del evangelio. Hace unos días me decía una mujer que ella aprendió a respetar a los pobres por influencia de su padre. En los años duros de la posguerra, años de hambre y necesidad, cuando se encontraba en la calle con uno de ellos, lo llevaba a casa y lo sentaba a la mesa para que comiera con toda la familia. Otra persona me decía que en la casa agrícola de su familia siempre había una olla al fuego para los que se acercaban a pedir. Hoy los tiempos han cambiado, pero en estas personas permanece el respeto y la compasión hacia los necesitados como la mejor herencia que recibieron de sus padres

Personas así han existido y existen. Son personas que han creído lo que nos dice el evangelio de hoy. Que la felicidad se encuentra en el compartir, en la compasión, en la búsqueda de la paz y de la justicia, en la misericordia y la limpieza de corazón. Dios nos llama a cada uno de nosotros a que seamos personas de esta clase, de los que pasan por la vida haciendo el bien.

La Iglesia propone que hoy todos nosotros miremos a lo alto y nos fijemos en los santos, en su vida, en su confianza en Dios, en su compromiso con el  evangelio. Y que recordemos que estamos llamados a ser uno de ellos. Como la cereza de nuestra historia. Cuando miramos la vida de los santos nos parece grandiosa e impresionante y pensamos que es algo inalcanzable para nosotros. Pero nuestra vida, nuestro bautismo, contiene en germen la santidad a la que hemos sido llamados. Solo tenemos que esforzarnos un poco para que se desarrolle en nuestra vida aquello que Dios nos ha regalado.

Homilía 29 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B. Mc 10, 46-52. 28 de octubre de 2012

Gritar en Dios



Uno de los cuadros más conocidos de la pintura contemporánea es “el grito” del pintor noruego Edvard Munch, uno de los grandes maestros del expresionismo. En la pintura puede verse un paisaje gris presidido por un cielo rojo. En medio un río que cruza bajo un puente. Sobre el puente los rasgos de un ser humano desfigurado (no se distingue si es un hombre o una mujer). Tiene la boca abierta y sobre sus mejillas sus manos están puestas en posición de amplificar el sonido que emite. Sin duda está gritando.Los rasgos desfigurados y los colores nos dicen que es un grito de dolor y sufrimiento. Y también transmite la impresión de ser un grito de desesperación; que cae en el vacío.

Hay gritos que parecen caer en el vacío. Que da la impresión que nadie los recibe y escucha. Son gritos de desesperación; de personas que parece que están al borde de sus fuerzas. Así parece ocurrir con el protagonista del evangelio de este domingo. Se trata del ciego Bartimeo. Vivía al borde del camino pidiendo limosna. Encontrarse al borde del camino quiere decir estar fuera del desarrollo y del progreso; estar fuera del lugar donde transitan el resto de las personas. El ciego Bartimeo parecía vivir resignado a su situación.

De repente oye pasar a Jesús y grita. Grita con todas sus fuerzas porque su grito es sostenido por una esperanza que nadie puede romper. Y lo hace de tal manera que se gana el reproche de los que acompañaban a Jesús. Le mandan callar. Pero él ciego grita más fuerte y su grito no cae en el vacío.

Como ocurre con otros personajes bíblicos, su grito penetra en el misterio del amor de Dios. Y Dios responde al grito del ser humano. Jesús pide a los que le acompañan que llamen al ciego que grita. El que llama es llamado y en esa llamada encuentra la respuesta a su demanda. Una respuesta que en la llamada de Jesús es ánimo, fuerza para levantarse. Por eso el ciego se desprende del manto y se dirige a Jesús. Con el maestro comienza una nueva vida. Atrás queda el manto de la desesperanza, la resignación, la duda. Con Jesús comienza una nueva vida, una vida en la que recobra la visión.

Todos hemos pasado por una situación parecida a la del ciego Bartimeo. Ha habido ocasiones en nuestra vida en la que hemos gritado, aunque el grito fuera silencioso. Y en la que hemos estado cerca de la desesperación y la resignación. Y quizás como el ciego Bartimeo nos atrevimos a gritar en Dios, en el misterio de su amor….Para recibir como respuesta la llamada de Dios… Una llamada en la que dice que cuenta con nosotros, que cuenta con nuestra vida y nuestra persona. Y esa llamada nos da ánimos, nos levanta y nos abre la puerta de una nueva vida.

Podemos gritar desesperados y desconsolados; dejándonos dominar por la rabia…o podemos tener el valor de gritar en Dios. No nos resolverá mágicamente nuestros problemas pero responderá a nuestro grito con una llamada que nos pondrá en pie, nos abrirá el camino a una nueva vida, nos llenará de luz.

Si os oprime alguna angustia y dolor, os lo digo por experiencia, probad a gritar en Dios.

Homilía 29 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B.. Mc 10, 35-45


El otro “curriculum”


Tener un buen “curriculum” o un buen expediente académico –se piensa- es la posibilidad de alcanzar un buen puesto de trabajo y una buena posición social. Por eso, muchas personas se esfuerzan por tener buenos resultados en sus estudios, y participar en diversas propuestas formativas. Los conocimientos y los títulos serán la puerta para poder alcanzar ese esperado nivel social.

Pero también cuentas las relaciones, el conocimiento de personas con influencia que pueden recomendar a uno para un buen puesto de trabajo; o que pueden ponerte en contacto con otras personas, que a su vez te pueden abrir la puerta del prestigio y la posición social. Hay personas realmente hábiles en la técnica de la relación social, de la penetración en ambientes de influencia social, política y económica. Ya lo decía una madre a sus hijos que marchaban a la guerra: "Hijos vosotros poneos cerca del general”. La madre parece saber que al abrigo del poder y la influencia uno siempre cosecha beneficios.

Los discípulos de Jesús eran también de la misma opinión. Y por eso algunos de ellos esperaban que la cercanía a Jesús les traería algún tipo de ventaja personal; algún provecho en forma de beneficio. Así nos lo presenta el evangelio de este domingo en el que dos discípulos piden a Jesús sentarse junto a él en el trono de la gloria.

Pero Jesús les habla de otro “curriculum”, de otro expediente y de otro camino.. Les habla del camino de la realización personal, del crecimiento en humanidad. Este camino no siempre coincide con el del triunfo profesional y con el del logro de una buena posición social. Es más, con bastante frecuencia ambos caminos se separan. Por eso, encontramos a personas que ha logrado alcanzar éxito profesional y sin embargo, tienen una sensación de insatisfacción porque en otras dimensiones de su vida no han logrado la realización personal.

Además del curriculum y del expediente de nuestra formación personal está el de nuestras relaciones con los semejantes, el de saber sacar provecho a la existencia, el de vivir feliz con lo que uno tiene, el de cultivar la sensibilidad…, el de experimentar que la propia persona es de valor para otras personas… Para tener éxito en esta dimensión Jesús nos presenta una clave: saber arriesgarse y entregarse. Ser generoso y darse a los demás. Este camino es difícil, puede ser doloroso, lleva a la renuncia de uno mismo, pero es el que puede dar la felicidad y la alegría. Jesús nos dice que para vivir hay que saber entregar la vida.

Los padres lo saben muy bien. Para que sus hijos crezcan, sus padres tienen que pasar por pequeñas “muertes”. Tienen que pasar por sacrificio y renuncias para que sus hijos se desarrollen en la vida. Y lo hacen con alegría porque saben que ver crecer a un hijo gracias a la propia entrega es la mayor recompensa. Los padres saben que para dar vida a otros hay que entregar la propia.

Lo mismo le ocurre a aquella persona empeñada en crear un clima más humano en su trabajo. Sus compañeros de trabajo se ríen, abusan de su bondad…Pero esa persona sigue adelante porque sabe que a la larga es mejor haber aportado algo para que en la empresa haya más compañerismo, que sacar el mejor partido en el reparto de los turnos laborales.

Jesús nos dice que el camino de la vida no es de empujar a los demás, o pisotearlos y aparecer por encima de ellos. El camino del cristiano es el de la entrega de la propia persona para que los demás tengan algo de más vida.