Homilía V domingo de cuaresma. Ciclo C. Jn 8, 1-1117 de marzo de 2013


¡VETE!



El sentido de las frases que pronunciamos también depende de nuestro tono de voz. La modulación de las palabras puede hacer variar el significado de una frase. Por nuestro tono de voz podemos decirle a alguien un “vete” que quiere decir “ven”. Y podemos decir un “ven” que en realidad quiere decir “vete”.

En el evangelio de este domingo, Jesús dice a una mujer, “vete”. Y esa palabra es probablemente la palabra más hermosa que se podía escuchar en aquella situación. Era una mujer que estaba a punto de ser apedreada. Por eso, cuando Jesús dice “vete”, esa palabra sonaba a liberación. Puedo imaginarme que esta mujer había escuchado la palabra “vete” en otras situaciones de su vida. Y nunca había sonado del mismo modo a cuando Jesús la pronunció. En las otras ocasione significaba rechazo y exclusión. En labios de Jesús sonaba a acogida y reconocimiento. En definitiva, significaba perdón.

La palabra “vete” saliendo de la boca de Jesús expresa el sentido del perdón de Dios. Y nos despierta a la importancia de vivir esta dimensión en nuestra vida de fe. Cada vez que acogemos el perdón de Dios, también se nos dirige la palabra “vete” en un tono de acogida. Al recibir el perdón de Dios se nos abren de nuevo los caminos de nuestra vida. Y podemos tener el valor de retomarlos porque el Dios que nos lanza al futuro es el Dios que antes nos ha acogido.

La acogida y el perdón de Jesús tenían tanta fuerza que desarmaban a quienes piedra en mano estaban a punto de lanzarla contra una mujer asustada. Desarmaba a quienes no habían aprendido a perdonar. La mirada de Jesús, que penetra en lo profundo de las personas, deshace nuestras durezas, nos desarma y nos enseña a perdonar. Dios nos ofrece su perdón y nos pide que sepamos darlo también a los otros. Que con Jesús aprendamos a decir “vete”, expresión de respeto a la libertad de los otros. Pero que sepamos decirlo con un tono que signifique acogida y reconocimiento