Homilia 7 Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B. 18 de febrero de 2012

La fe que lleva el dolor ajeno

Hay personas que se las saben ingeniar ante una situación de dificultad. Encuentran solución allí donde no parecía haber remedio. En bastantes casos además lo hacen no para sí mismos sino para los otros. Hay quienes se las ingenian para llevar a otras personas algo de esperanza, de alegría, de paz…

En el evangelio de este domingo se cuenta de un paralítico que para acercarse a Jesús tuvo que ser descendido desde el techo de una casa pues el gentío se agolpaba junto al maestro y le impedían acercarse.

Según la narración del evangelio Jesús vio la fe de esas personas, de quienes acercaban el paralítico. Realmente es asombrosa y grande la fe de quienes sostienen a otros y sus dolores. Y la de quienes se esfuerzan para buscar soluciones a los sufrimientos ajenos. La escena es una imagen de la vida de la Iglesia en la que nos llevamos unos a otros en la fe; nos apoyamos unos a otros. Y puede que sea una parábola de lo más profundo de la vida humana. No estamos solos ni vivimos aislados. En el fondo estamos remitidos unos a otros. La grandeza humana consiste en saber sostener a otros y en dejarse llevar por los demás. El ingenio humano se aviva cuando nos abrimos a las necesidades de los demás.

Jesús vio la fe los que sostienen al paralítico, y prestó atención a la persona que llevaban, realizando su curación. La unidad en la fe provoca la intervención salvadora de Jesús. La salvación de Jesús irrumpe en la unidad de la fe, en la ayuda mutua, en la comprensión recíproca. Si queremos vivir la salvación de Jesús y palpar su presencia en medio de nosotros no hay más camino que saber cargar mutuamente con nuestras limitaciones, problemas y deficiencias.

Jesús se dirige al paralitico y le perdona los pecados. Seguramente fue una acción inesperada. El paralítico esperaba curación y Jesús le perdona los pecados. La salvación de Jesús entra más allá de nuestros males corporales. Va a lo profundo de nuestro ser. Llega hasta el lugar en el que, en principio parece no dolernos, pero que es el fondo último de nuestras dolencias.