Homilía 15 domingo tiempo ordinario. Ciclo A, 10 de julio 2011

Homilía 15 domingo tiempo ordinario

El sembrador

Todos tenemos alguna experiencia de lo que es hablar contra la pared, o hablar a alguien que hace oídos sordos. O sea hablar y que no nos hagan caso. Los padres, los maestros, los educadores…saben que hay ocasiones en las que por mucho que hayan hablado no han sido escuchados. Dirigiendo su pensamiento a otras cosas los muchachos tienen la capacidad de desconectar del mensaje que les podamos dirigir.

Jesús debió tener una experiencia parecida. Eso parece decirnos en el evangelio de este domingo, en la parábola del sembrador y las distintas tierras que acogen la semilla. Las palabras no lo pueden todo. Hay veces que no son acogidas por los destinatarios. Incluso la palabra de Dios puede fracasar cuando se es ofrecida al ser humano y no es acogida por él.

Lo primero que nos dice estas palabras de Jesús es que Dios ha puesto su palabra en nuestras manos. De nosotros depende que esa palabra crezca y se extienda; que esa palabra transmita vida. Dios no actúa en su relación con nosotros de manera mecánica, como si fuera un automatismo. Dios se relaciona con nosotros esperando la respuesta.

Hay una historia rabínica que cuenta de un muchacho que en la escuela preguntó al maestro, “¿dónde está Dios?” Los otros muchachos reían y se burlaban de él diciendo, “¿pero no sabes que Dios está en todas partes?” Pero el muchacho no les hacía caso y como respondiéndose a sí mismo decía: “Dios está donde le dejan entrar”.

Efectivamente, Dios está donde le dejan entrar. Su palabra es eficaz cuando es acogida por alguien. Una de los aspectos importantes que presenta el evangelio de este domingo es que el ser humano está llamado a ser recipiente de la Palabra de Dios. Nuestra vida es el lugar en el que la Palabra de Dios se levanta y crece.

Sería muy fácil ver en esta parábola que nosotros somos la buena tierra y los demás la tierra mala. Me parece que cada uno de nosotros tenemos parte de la tierra aquí indicada. En ocasiones somos impenetrables, en ocasiones ahogamos la semilla, en ocasiones la acogemos. La tarea de nuestra vida y de nuestra relación con Jesús es lograr que cada día avance más la parte de buena tierra que hay en nuestra vida.