Homilía 2º domingo de Adviento. Ciclo C. 9 de diciembre de 2012


Dejad los vestidos de tristeza


Vivimos tiempos difíciles y complicados. La crisis económica, el elevado número de desempleados, las incertidumbres del futuro nos llenan de preocupación y hasta de miedo. A esto hay que añadir la desconfianza en los responsables públicos, que se hace más grande en la medida que se conocen casos de corrupción y de incompetencia en la gestión de los asuntos públicos.

En esta situación en la que nos encontramos, escuchamos la palabra del evangelio de hoy que nos dice: Y todos verán la salvación.

El evangelio de este domingo termina con una promesa de salvación. La pregunta que podemos hacernos es ¿qué puedo hacer en mi vida para ver esa salvación? ¿Qué puede hacer la Iglesia, las comunidades cristianas para hacer ver la salvación de Dios?

La lectura del profeta Baruc, que también escuchamos este domingo, nos puede ayudar a encontrar una respuesta a esas preguntas.
Baruc era el secretario del profeta Jeremías y escribe en tiempos en los que una parte de Israel se encuentra en el exilio de Babilonia. La ocupación de Israel por Asiria tuvo como consecuencia que una parte del pueblo israelita fue deportado. Vivían en tierra extraña anhelando el regreso. A estas personas el profeta Baruc les anuncia un "segundo éxodo". Isaías había descrito ese regreso en el capítulo 35 de su libro como alegría del desierto, florecimiento de la estepaBaruc, siguiendo el sentido de estos textos, describe el regreso de los desterrados presentando a Israel como una madre que sube al monte para ver venir a sus hijos. Esa mujer, cambia sus antiguos vestidos de luto para vestirse de la gloria de Dios. Y contempla como Dios abajó los montes, allanó los barrancos, llevando a los desterrados por un buen camino.
La profecía de Baruc no fue nunca realidad. El regreso de los desterrados no fue ni tan triunfal ni grandioso. Fue pequeño y se desarrolló en un amplio espacio de tiempo. Pero no por eso pierden sentido las imágenes del profeta. Ellas nos dicen que los anhelos y esperanzas de los hombres son más grandes que las realizaciones. Recordar esos anhelos y esperanzas nos empuja cada día a construir un futuro mejor; a intentar mejorar las cosas.

Lo mismo nos dice Juan el Bautista en el evangelio de este domingo. Él recuerda los anhelos y esperanzas de los profetas. Y recurre a sus imágenes para indicar que en Jesús acontece un nuevo éxodo. Un regreso a una tierra mejor. Seguir a Jesús es caminar a un mundo nuevo y mejor.

¿Cómo podemos ver hoy la salvación de Dios? El profeta Baruc nos da una respuesta.: Dejando los vestidos de luto, vistiendo las galas de la gloria de Dios y envolviéndonos en el manto de la justicia. Juan el Bautista nos llama a acoger a Jesús; a abrirle un camino para que llegue a nuestra vida y nos lleve a ese mundo mejor.

Fiesta de la Inmaculada Concepción. 8 de diciembre de 2012


María, un nuevo comienzo



El escritor Hermann Hesse decía en uno de sus poemas: „En el fondo de cada comienzo hay un hechizo que nos protege y nos ayuda a vivir“. Con esta frase el poeta describe la sucesión de etapas en la vida de una persona. Cada nueva etapa de la vida tiene sus retos y sus tareas. Es posible resolverlas porque el mismo inicio de cada etapa contiene la fuerza que nos ayuda a afrontarlas. No pasamos por las fases de nuestra vida a ciegas y sin orientación sino que la propia vida nos va apuntando la dirección que tenemos que seguir.
El hechizo del comienzo no es sólo una realidad en la vida de los individuos. También está presente en nuestra historia colectiva. El inicio de un nuevo momento histórico contiene un hechizo que ayuda a caminar. Cada nuevo comienzo contiene ilusión, sentimiento de unidad y coraje colectivo.
La frase, „en el fondo de cada comienzo hay un hechizo que protege y nos ayuda a vivir“ vale sobre todo para el nacimiento de cada ser humano. Cada niño que nace trae consigo la fuerza del misterio, pues cada persona es única, inintercambiable. Cada uno de nosotros somos original y no una copia. Y esto desde los primeros momentos de la concepción. El desarrollo de cada persona depende de los primeros momentos de vida. Ya en el vientre de la madre los niños desarrollan un corazón que no es sólo un órgano para mover la sangre del cuerpo, sino que tiene capacidad de sentir, de reaccionar emocionalmente. Tienen capacidad para asombrarse, para reconocer lo que le rodea.
Porque los niños vienen con el hechizo del misterio podemos preguntarnos si en nuestra sociedad les otorgamos la suficiente atención y el lugar que les corresponde.
Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción. Si al comienzo de cada vida se encuentra el misterio. Si cada persona es única, esto vale sobre todo para la figura de Jesús de Nazaret. Como hijo de Dios su nacimiento es resultado de una decisión de Dios de compartir nuestra vida, nuestra historia y nuestra carne. En Jesús Dios viene a vivir en medio de nosotros. Y esa decisión contiene la elección de María. Ella fue elegida para traer al mundo a Jesucristo. Y la respuesta de María al plan y la elección de Dios fue un sí. María consintió y corroboró el plan de Dios.
El consentimiento de María al plan de Dios no fue solamente un sí formal. Significó comprometer su vida junto a Jesús. Primero llevándolo en su interior, después siguiéndolo en su misión, para terminar permaneciendo fiel al pie de la cruz.
La manera que tuvo María de vivir es una orientación de vida para todo cristiano. Podemos vivir como ella vivió. Abiertos a la voluntad y los planes de salvación de Dios. Recorriendo con Jesucristo el camino del evangelio. Precisamente el adviento nos ofrece la oportunidad de comenzar de nuevo nuestra relación con Jesucristo.
El tiempo de Adviento es un tiempo de preparación a la venida de Cristo. Un tiempo para preparar en nuestra vida una morada digna a Jesucristo. Por eso María es la figura del Adviento. Y su disposición a ser la madre del Salvador nos indica la dirección a tomar para que acojamos a Jesucristo en cada uno de nosotros.
“.