Homilía 27 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 5 de octubre de 2013. Lc, 17, 5-6.

Lo decisivo en la fe


En un pasaje de la obra “Alicia a través del espejo” de Lewis Carroll se recoge este diálogo entre la joven y la reina.
-No puedo creer eso – dice Alicia. La reina le responde: -¿No? Inténtalo otra vez. Respira profundamente, cierra los ojos…
Alicia replica riendo: No necesito intentarlo. No se puede creer algo imposible.
Y la reina insiste: Seguro que no te has ejercitado correctamente. Cuando yo tenía tu edad cada día dedicaba media hora a creer cosas imposibles.

En este diálogo se presenta una caricatura de la fe cristiana. Una imagen de la fe demasiado extendida. Tener fe es creer cosas imposibles. Y para ello basta con entrenarse. Los cristianos a veces hemos extendido esta visión. Tertuliano, un escritor cristiano de los primeros tiempos del cristianismo decía una frase muy repetida posteriormente: “Creo porque es absurdo”. Pero esta frase tan repetida no se corresponde con el núcleo de la fe cristiana. La fe no es aceptar lo absurdo. La fe es confiar en Dios que por ser una realidad más grande que nuestro pensamiento tiene carácter de misterio. Creo porque es misterioso, deberíamos decir. La fe es la entrega confiada al Dios grande e infinito.

De esa fe precisamente es de la que habla Jesús en el diálogo con los discípulos en el evangelio de este domingodomingo.

Los apóstoles sentían que su fe era pequeña y por eso le piden a Jesús que se la aumente. La percepción de los apóstoles también es la nuestra y por eso su petición es también la nuestra. Puede ayudarnos el reflexionar sobre la respuesta de Jesús.

Jesús dice a los discípulos que si tuvieran fe como un grano de mostaza le dirían a una morera que se arrancar de raíz para plantarse en el mar y le haría caso.

El grano de mostaza es una de las semillas más pequeñas. Con ello Jesús quiere decir que toda la plenitud de la fe cabe en una pequeña semilla. Por eso una fe pequeña, pero auténtica, es capaz de realizar cosas aparentemente imposibles.

Para Jesús, a diferencia que para sus discípulos, no se trata de tener una fe fuerte o débil; no se trata de un más o menos de fe. Para Jesús la distinción importante es entre fe y falta de fe. No tener fe es tener ojos solamente para uno mismo y apoyarse únicamente en las propias fuerzas. Tener fe es tener ojos para Dios y confiar en su fuerza y en su amor. Quien tiene está fe, aunque le parezca muy pequeña, conseguirá cosas aparentemente imposibles. 

Por ejemplo, aceptar la propia vida, con sus limitaciones, inseguridades, miedos y temores.

La reina le decía a Alicia: cierra los ojos. Dios nos dice, en cambio, abre los ojos y mira a Dios, deja que actúe en ti y por ti. En definitiva en la fe no se trata de la “cantidad” que tengamos, sino de la orientación fundamental de nuestra mirada. Quizás los discípulos de Jesús estaban demasiado pendientes de sí mismo y se fiaban demasiado de sus propias fuerzas para superar las dificultades de la vida. Jesús les dice que eleven la mirada hacia Dios. ¿A quién tenemos en nuestra mirada: a Dios o a nosotros mismos? Esa es la cuestión decisiva.