Homilía solemnidad del Corpus Christi. 2 de junio de 2013


Comer el pan de vida



Jesús se sentaba en la mesa con los abandonados y marginados, con pecadores y pobres. También hubiera podido hacer como nosotros. Sentar a todos a comer pero en mesas separadas. Los ricos por un lado, los pobres por otro. Cada uno con los suyos. Pero Jesús rompe fronteras y barreras y forma una nueva comunidad porque estaba convencido de la llegada del Reino de Dios que cambia todas las cosas.

Sentarse a la mesa con una persona es algo más que compartir el alimento. Es compartir la vida, la intimidad, el afecto…Comer con otra persona es entrar en comunión de amor con ella. Las comidas de Jesús son expresión del amor de Dios hacia todos. En ellas hay una única mesa en la que todos nos sentamos por igual.

En esta fiesta del Cuerpo de Cristo escuchamos en el evangelio esas palabras de Jesús de comer su cuerpo y beber su sangre. La comida y la bebida a la que Jesucristo se refiere es la participación en su destino. Es la comunión con su persona. Es la acogida de su amor.

Los seres humanos ¿de qué vivimos? Vivimos de pan. Y pedimos a Dios el pan de cada día. Pero no vivimos solamente de pan. Alguien dijo que es único e incomparable el sabor del pan compartido. Ese pan tiene también el sabor de la entrega, la amistad, el amor. El pan compartido dice sin palabras que es bueno que exista y viva la otra persona, con la que se comparte el pan. No vivimos sólo de pan. También vivimos de amistad, de encuentro, de conversación, de diálogo, de amor…Vivimos del pan de vida.

En la fiesta del Cuerpo de Cristo celebramos el pan bajado del cielo. Es el pan del amor en el que Cristo se entrega a sí mismo. Es un pan lleno de amor, pan de vida.

La aspiración del ser humano es demasiado grande para ser satisfecha del todo por los frutos de esta tierra, por lo que nos dan las cosas que hay a nuestro alrededor. Todos tenemos hambre y sed de plenitud, de infinitud, de futuro, de amor auténtico. Por eso no nos conformamos con lo que encontramos delante de nosotros y nos abrimos a lo que tiene que venir. Este hambre de plenitud y de futuro encuentra satisfacción en el pan de vida que nos da Jesucristo. En ese pan no nos da algo, se da a sí mismo y de ese modo se convierte en comida de la que vivimos