Homilía 2º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C Jn 2, 1-11.


HAZ DE TU VIDA UNA FIESTA


 En la famosa novela de Dosotyeski, Los hermanos Karamazov, se dedica un parágrafo al relato de las Bodas de Caná. Después de comentar que es uno de los relatos evangélicos preferidos, termina afirmando “quien ama a la gente, ama su alegría.. No se puede vivir sin alegría.” Jesús amaba a la gente y amaba su alegría. Por eso en el evangelio de San Juan comienza su actividad púbica allí donde hay alegría: en una boda. No podemos vivir sin alegría. Por eso Jesús en las bodas de Caná transforma el agua en vino para que en nuestra vida no falte alegría.

En la celebración de la eucaristía de este domingo escuchamos el relato de Las bodas de Caná. En el evangelio de San Juan es el primer milagro que realiza Jesús. Y señala el comienzo de su actividad pública. Se ha resaltado –y es verdad- que tenemos que tener en cuenta que Jesús inicia su misión en una boda. Allí donde se ríe y baila. Allí donde la gente está reunida. Allí donde se celebra la vida y el amor. Jesús no comenzó su vida pública con una oración solemne, con un largo discurso programático o con una rueda de prensa. Jesús sale a la esfera pública participando en una celebración; acudiendo allí donde la gente está reunida y se conversa amigablemente.

Este comienzo de Jesús es muy significativo. Y anuncia simbólicamente el contenido de lo que en su vida pública va a proclamar.

En primer lugar que Dios viene al encuentro del ser humano. Dios nos busca y por eso Jesús acudirá allí donde los seres humanos nos reunimos: en las celebraciones, en las comidas, en plazas y calles. Dios no es un ser solitario que evite el contacto con la gente; que tenga una conducta esquiva o nos rehuya. Al contrario Dios se ofrece a compartir con nosotros lo que es y tiene: la vida.

Este pasaje del evangelio también nos dice que Dios quiere que vivamos alegres y con felicidad. Dios nos ha dado la vida para que disfrutemos de ella. Dios no nos ha creado para que suframos sino para que desarrollemos nuestra vida y nuestro ser. Por supuesto que en la vida humana hay sufrimientos y hay que saber integrarlos. Por supuesto que amar significa también sufrir y sacrificarse por las personas que queremos. Pero el sufrimiento es siempre una etapa del viaje no su término. La estación de llegada es la felicidad. Nuestra vida es un regalo de Dios que agradecemos cuando la celebramos

Porque Dios nos ha creado para la alegría la presencia de Jesús produce alegría. En la boda Jesús transforma el agua en vino como signo de la transformación que viene a traer a la vida humana. Jesús viene a traernos la fuerza de Dios. Una fuerza que transforma nuestra indiferencia en participación; nuestra desesperanza en esperanza; nuestro egoísmo en generosidad; nuestro aislamiento en saber compartir.

La alegría es un signo de la auténtica vida cristiana. Puede ser que en nuestra sociedad de consumo hayamos perdido el sentido por el disfrute. Todos perseguimos tener y consumir muchas cosas. Y consumismos experiencias y sensaciones…Pero a lo mejor hay poco disfrute en todo eso como lo hay cuando saboreamos una conversación amable con amigos: cuando disfrutamos de la naturaleza en un paseo y nos sentimos parte de un mundo hermoso; cuando tenemos la alegría de ayudar a otras personas. Jesús viene a traernos el sentido auténtico del disfrute.

Es cierto que no todo es participar en una fiesta. Que en la vida humana hay tristezas que solamente se superan con una transformación profunda. A eso ha venido Jesús y eso nos pide a la Iglesia y a los cristianos. Estamos llamados a ser agentes de alegría. Y ha recordar a los demás que si buscan a Dios no tiene que dejar de un lado la alegría, el baile y el vino. Dios está también en la risa y la fiesta. Nos equivocamos si pensamos que Dios se encuentra en el aburrimiento, en una vida sosa. Dios es amor y el amor trae vitalidad, pasión y alegría.