Homilía 4º Domingo de Adviento 23 de diciembre de 2012. Lc 1, 39-45

EL CANTO DE MARÍA

María, la madre de Jesús, fue una mujer sencilla. Llevaba una vida nada llamativa en una población de provincias. Y de repente un ángel de Dios le trae un mensaje extraordinario. Va tener un hijo que será el salvador de la humanidad. Y María se asusta para acabar respondiendo que se haga todo como Dios quiere.

En la historia de María que recordamos en el evangelio de este domingo María acude a visitar a Isabel. El niño de ésta salta de alegría ante la visita. El foco de la historia de la salvación se posa sobre dos mujeres sencillas, que colaboraron en la historia de la salvación

De este modo nos muestran algo que hace pensar. No hay porque ser rico e importante para contribuir de manera única en la historia de la salvación. Para ser colaboradores de Dios no hace falta nacer en una ciudad importante o en el seno de una familia con renombre. Y en María Dios nos dice que en la historia de la salvación lo decisivo no son ni los grandes discursos ni las grandes palabras. Lo que cuenta es saber escuchar y estar dispuesto a acoger la palabra de Dios.

En su palabra Dios trae posibilidades nuevas y desconocidas para la vida humana. La palabra de Dios abre un futuro diferente. Esas posibilidades se convierten en realización allí donde hay un oído atento, allí donde alguien escucha y acoge.

María no es conocida por generaciones por sus grandes palabras y discursos. Tampoco lo es por su riqueza. La grandeza de María se encuentra en que fue acogedora de la Palabra de Dios y en esa acogida las posibilidades de Dios se hicieron historia y realidad. “Hágase como dices”, dijo María y en esa respuesta Dios trajo a su Hijo al mundo. María, la de las pocas palabras y la respuesta firme, es figura y forma de la fe de la Iglesia. Es modelo de la fe de cada creyente. María la de la escucha, la que sabe acoger palabras que vienen de fuera y de lo alto, es la primera creyente. La que nos muestra que los sencillos, los que no tienen linaje con renombre, los que viven en lugares apartados, los que sin palabras grandilocuentes y rotundas, escuchan y se comprometen, son los que introducen en la historia las posibilidades de Dios.