Homilía 31 Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A. Mt 23 1-12

Palabra de ida y vuelta

Cuando Juan Pablo II visitó Perú algunos movimientos indígenas le hicieron llegar una carta en la que decían que le devolvían la Biblia “porque en cinco siglos no nos ha dado ni amor, ni paz, ni justicia…Por favor tome de nuevo su Biblia y devuélvasela a nuestros opresores porque ellos necesitan sus preceptos morales más que nosotros.”

Estas palabras son duras, y quizás nos pueda parecer que no hacen justicia del todo a una historia complicada y difícil en la que hubo luces y sombras, y en las que la Biblia a veces se utilizó para justificar la dominación y la violencia, pero también para impulsar la defensa de la dignidad de los indígenas.

Pero la anécdota nos muestra que hay personas y colectivos que han sufrido la violencia que otros han ejercido en el nombre del evangelio. Y que los cristianos no siempre vivimos lo que exigimos a los demás.

El gesto de devolver la Biblia nos presenta de manera gráfica algo que siempre tenemos que tener presente. Aquello que exigimos a los demás también nos lo tenemos que exigir a nosotros. Lo que les ocurría a los fariseos y escribas a los que Jesús critica en el evangelio de este domingo, es que ellos hablaban y exigían a los demás, pero no comprometían su vida en lo que decían.

Para Jesús es insoportable una discrepancia total entre lo que se dice y lo que se hace. Por supuesto, que nadie somos coherentes totalmente y no parece posible cumplir sin fallar todos los preceptos evangélicos. Pero lo que Jesús no admite es que se viva esa incoherencia como algo normal y que no nos esforcemos en superarla. Y lo que es peor, que utilicemos la Palabra de Dios y la religión para medrar personalmente, para tener prestigio ante los demás.

Tenemos que tener en cuenta que, a pesar de todo, Jesús no condena a estas personas. Las llama a la conversión. Una conversión que comienza en recibir de vuelta la palabra que se pronuncia. En aceptar la doble dirección de las exigencias, que en ocasiones levantamos a los demás y que también se dirigen a nosotros.

La credibilidad del evangelio y nuestra autenticidad como personas y creyentes depende de que nuestras palabras vayan acompasadas con nuestras acciones. De que tengamos siempre presente que la Palabra de Dios es Palabra de ida  y vuelta.