Homilía 30 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A. Domingo 22 de octubre de 2011

Amar a Dios y al prójimo

Con frecuencia cuando preguntamos a algún joven por qué ha dejado el domingo de acudir a la iglesia y a misa escuchamos respuestas del tipo, “porque no me dice nada…Además qué más da, lo importante es ser buena persona..” Otros nos recordarán que muchos de los que asistimos a la misa no nos comportamos después bien con nuestros semejantes, y eso es lo realmente importante.

Los jóvenes denuncian la falta de correspondencia entre la práctica religiosa y nuestro modo de comportarnos en nuestras relaciones con los demás. Y concluyen que no hay ninguna relación. Por consiguiente, como lo importante es ser bueno, y para esto parece que la relación con Dios no tiene ninguna influencia, prescindimos de esa relación.

Jesús en el evangelio de este domingo nos presenta una postura distinta. En el evangelio de este domingo pone en relación el amor a Dios con el amor al prójimo. Estos dos preceptos no son distintos ni conocen una relación de yuxtaposición. Se implican el uno al otro de tal modo que no es posible un amor a Dios que no nos lleve a amar al prójimo ni es posible un amor al prójimo que no se encuentre inspirado y sostenido por el amor a Dios.

Es cierto y hay que reconocer que las personas religiosas estamos llenas de incoherencia y deberíamos esforzarnos más por ser consecuentes con nuestras creencias. Pero también es cierto que uno no es bueno por la espontaneidad de la naturaleza. En nosotros –lo describió muy bien San Pablo- convive el bien y el mal. Y con frecuencia hacemos el mal que no deseamos y no realizamos el bien al que aspiramos. En nuestra vida habita la contradicción y, aunque con frecuencia queremos ser buenos, también nos dejamos llevar por el mal.

Por todo esto para ser realmente buenos en la vida necesitamos purificar nuestras motivaciones, nuestro modo de comportarnos. Tenemos que disciplinar nuestras relaciones, necesitamos que se fortalezca nuestra inclinación al bien y que quede erradicada del fondo de nuestro ser las malas inclinaciones. Y la relación con Dios es de una gran ayuda para todo ello. Cultivar la relación con Dios es ayudar a que nuestra vida sea mejor.

Por eso a quienes dicen que lo importante en la vida es ser buenas personas, hay que responder que por eso precisamente es necesario y conveniente cultivar nuestra relación con Dios. Necesito a Dios para ser bueno y la relación con Él es la que me ayuda a ser mejor cada día. No puedo amar incondicionalmente al prójimo si no estoy llevado por un amor mayor que el de mi corazón y que viene de Dios. Y no puedo amar a Dios sin ver que realmente emerjo en medio de los otros.