Homilía 24 domingo tiempo ordinario. Ciclo A. Mt 18, 15-20. 11 de septiembre 2011

24 domingo tiempo ordinario
Ciclo A. Mt. 18, 15-20


Dios perdona siempre, ¿y tú?

Hace algunos días una madre me comentaba que cuando le decía a su hijo, “te he dicho mil veces que no hagas eso”, su hijo le respondía: “oye mamá, tu repites cine mil veces lo mismo”. De este modo el hijo parece decirle a su madre que no insista; que desista de sus advertencias; que cambie de modo de proceder.

Cuando Jesús en el evangelio de hoy nos dice que debemos perdonar no sólo siete veces sino setenta veces siete, no quiere indicarnos que desistamos en nuestro perdón, sino precisamente que continuemos perdonando.

Un sabio judío decía siete veces quiere decir a menudo. Pero setenta veces siete quiere decir siempre, quiere decir siempre otra vez.

Cuando Jesús nos dice que debemos perdonar setenta veces siete es como si nos dijera que no debemos llevar cuenta de nuestro perdón. Que no debemos decir a alguien que nos ha ofendido, ya te he perdonado unas cuantas veces. Ya basta. No, Jesús nos dice: Tú debes perdonar al otro tantas veces como se te presente la ocasión.

Me parece que es claro que la paciencia de Dios es infinita. Que Dios nos perdona siempre que acudimos a Él con humildad. San Bernardo decía ¿qué puede ser tan mortal que no pueda ser redimido por la muerte de Cristo? No hay nada que Dios no perdone. El perdón de Dios es infinito e ilimitado.

Así es Dios. Pero ¿cómo somos nosotros? Tenemos que reconocer que no siempre perdonamos. O que al menos nos cuesta perdonar siempre. Con frecuencia ponemos límites y condiciones a nuestro perdón. Hay veces que nos decimos a nosotros mismos, yo me esfuerzo, lo intento…pero. En otras ocasiones nos decimos, yo te perdono, pero de aquí en adelante tu por tu camino y yo por el mío…

Me dirán que perdonar como Jesús nos pide es muy difícil. Y es verdad. Para el profeta Miqueas el perdón es un atributo divino (Miqueas 7, 18). Yo creo que perdonar de verdad solamente es posible cuando una fuerza divina mueve nuestra vida. Para poder perdonar tenemos que abrirnos al perdón amoroso de Dios. Eso es precisamente lo que Jesús nos dice en el evangelio de este domingo.

Conozco a alguien que rompió la relación con uno de sus hermanos. Estuvieron muchos años distanciados, casi sin hablarse. Después de muchos años lograron fundirse en un abrazo. Esta perdona me decía: “No puede contener y los ojos se me llenaron de lágrimas, pero me parece que nunca he sentido el amor de Dios tan dentro de mí como en aquella ocasión”. Me pareció que aquella persona acertaba a definir el perdón cristiano. Para perdonar hay que amar; perdonar es posible si nos dejamos llenar del amor de Dios.

Y esto es precisamente lo que Jesús nos quiere decir en el evangelio de este domingo. Para perdonar hay que abrirse al amor de Dios y quien se cierra a ese amor, no pude perdonar.

En el ejemplo que Jesús nos presenta nos habla de alguien a quien se le había perdonado una deuda no perdona a quien a él le debía algo. ¿Qué es lo que le pasa a esta persona? Pues que es un calculador frío para quien no hay amor. Para esta persona no existe ni Dios ni el prójimo, sino solamente él. En el fondo es un egoísta. Y en un egoísmo de ese tipo no puede penetrar el amor de Dios.

A veces pensamos que el perdón es cuestión de voluntad y esfuerzo y cuando nos es muy difícil perdonar a otro pedimos a Dios que fortalezca nuestra voluntad, que nos de fuerzas para perdonar. Quizás también tengamos que pedirle que su amor nos llene del todo, pues es en el amor de Dios, un amor en el que somos siempre perdonados, donde podremos sacar fuerzas para perdona a otros, allí donde nos resulta muy difícil el perdón.