Homilía Viernes Santo. 22 de abril de 2011

Viernes Santo

“¿Por qué colgamos los cristianos la cruz en las paredes de nuestras casas?” No sé si se han planteado alguna vez esta pregunta o alguna parecida. A mi me la hicieron hace poco. Por supuesto, no se trata de la cruz que es mero motivo decorativo o de adorno. Se trata de la cruz que está unida a nuestra persona. La cruz que acompaña nuestra vida. La cruz a la que dirigimos nuestra mirada en los momentos de dificultad.

¿Por qué colgamos la cruz en algún lugar de nuestro hogar? ¿Por qué la adoramos y la reverenciamos?

La respuesta que cada uno de nosotros demos a esta pregunta tendrá siempre que ver con la salvación. En la cruz de Jesús Dios nos da la salvación. Este es también el mensaje de este día y de esta celebración de Viernes Santo.

Tenemos que entender bien la salvación que Dios nos ofrece porque Dios suele cambiar el sentido de las palabras. Dios cuando viene a nuestra casa la pone patas arriba y nos sienta a pensar de otra manera.

La salvación que Dios nos da no es la de vernos libres de problemas y dificultades. Tampoco es la salvación de los triunfadores. Al menos, de esos que triunfan abriéndose paso a codazos. En la cruz, Jesús no parece un triunfador. Más bien parece un fracasado.

Y es que Dios trastoca nuestras nociones y nos dice que lo que nosotros llamamos éxito y triunfo puede ser la apariencia esplendorosa de un rotundo fracaso. Todos sabemos que, a veces, hay triunfos personales que son un fracaso de lo humano. Hay éxitos que se logran a base de traicionar lo más humano que hay en nosotros, y por eso en el fondo son un fracaso. Pero también hay fracasos que son una tremenda victoria de lo humano. La cruz, que parece un fracaso, es la victoria de lo humano. Es la victoria de la humanidad querida por Dios.

Jesús tenía un único objetivo para su vida: Que Dios y su palabra gobernaran de verdad nuestra persona y nuestra historia. La misión a la que dedicó su vida era que la palabra de Dios ocupara el centro de nuestros pensamientos y preocupaciones. Y en nombre de Dios quiso desterrar: el egoísmo, la avaricia, la injusticia, la dureza de corazón…

Para realizar su programa Jesús tenía que renunciar a la fuerza y la violencia. Sabía que con la violencia no es posible poner el mundo en orden. Y que no es desde el poder desde donde se renovará a fondo nuestra historia. Jesús sabía que sólo el amor podrá cambiar nuestro mundo. Solamente la entrega, la bondad, el testimonio sincero y sencillo de las propias convicciones pueden renovar nuestra historia. Por eso Jesús nunca impuso nada, simplemente proponía. Por eso acogía a los débiles, a los pecadores, a los enfermos y a los excluidos de la sociedad.

Y su misión le costó la vida. Fue la fidelidad a una misión realizada en el amor y renunciando a la fuerza la que le conduce a la cruz. Jesús no sufre porque el sufrimiento o el dolor sean buenos en sí. No sufre porque Dios quiera que suframos. Sufre porque ese es el precio del amor. Quien ama sabe que vivir es entregarse. Y que la primera lección del amor es que hay cosas más importantes que el propio provecho y la propia ventaja. Y para Jesús la fidelidad a Dios y a su misión fue más importante que conservar su propia vida. Por eso no dejó de hablar las palabras de Dios aunque le pudieran conducir a la muerte.

La cruz es salvadora porque nos abre el camino del amor. Nos indica que hay cosas más importantes que el propio interés y la propia ventaja. En esta tarde de Viernes Santo todos nosotros confesamos que no es el poder el que podrá cambiar nuestro mundo y sus relaciones injustas. No es el amor al poder sino el poder del amor el que puede crear unos nuevos cielos y una nueva tierra.

En la cruz Dios nos trae la salvación. Los cristianos podemos ser provocativos y decir llenos de convicción que la cruz es un camino de felicidad. Y lo es porque allí donde hay amor hay felicidad. Alexander Solschenizyn habla en una de sus obras de un profesor de medicina que quería hacer ver a sus alumnos que la felicidad no existe, que es una ilusión. En una ocasión y en medio de sus explicaciones una alumna puso sobre la mesa un papel que decía “yo amo y soy feliz ¿qué dice usted a eso?”. El amor trae la felicidad aunque el precio del amor es siempre la entrega. El amor es la realidad más creadora que Dios ha puesto en nuestras manos porque libera energías, abre nuevos caminos y nunca deja que las cosas permanezcan como están.

En el relato de la pasión Jesús promete a uno de los condenados que esa tarde estará con él en el paraíso. Esa promesa la dirige a cada uno de nosotros. Jesús quiere llevarnos de la mano al paraíso, pero que sepamos que para Dios no hay más paraíso que el de la entrega y el amor.