Homilía Domingo de Pentecostés, 23 de Mayo de 2010

Abrámos las ventanas al Espíritu

Hace ya bastantes años que Martin Luther King pronunció aquel famoso discurso que decía tengo un sueño. Fue al final de una marcha a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. En Wahnsington a los pies del monumento a Abraham Lincoln dijo aquello de: “Sueño que llegará un día en el que los hombres se elevarán por encima de sí mismos y comprenderán que están hechos para vivir juntos en hermandad. Sueño en que llegará el día en que todos serán valorados por el contenido de su persona y no por el color de su piel; que cada hombre respetará la dignidad y el valor de la persona humana.

Los sueños pueden ser inspiraciones del Espíritu de Dios en nuestros corazones. Hay situaciones en las que somos elevados por encima de un problema o una dificultad. Entonces decimos. Algo nos ha iluminado. Y alumbramos una idead, una imagen. O encontramos la palabra adecuada y precisa. O somos sacudidos por un impulso de alegría vital. En esas situaciones nos damos cuenta que la realidad es más amplia de lo que pensábamos y nuevas posibilidades se descubren para nuestra vida. Las posibilidades de Dios.

Hoy celebramos la fiesta del Espíritu Santo. A la realidad del Espíritu se le asocian las visiones, las inspiraciones. Allí donde actúa el Espíritu de Dios se abren nuevos horizontes.

En la fiesta de Pentecostés se trata de hacer sitio al espíritu, de abrirle la puerta. Para ello tenemos que preguntarnos ¿qué cosas nos vivifican? ¿qué cosas me animan y despiertan? ¿qué situaciones me abren a la bondad, a la generosidad a la ilusión? Todo lo que nos empuja y anima a la vida, a la esperanza, al compromiso, a unas relaciones mejores con los otros, procede del Espíritu de Dios. En este día hagamos sitio al espíritu, abrámosle las puertas de nuestras casas.

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