Homilía 2º domingo de Adviento. 8 de Diciembre de 2013.

EL HOGAR DE DIOS



Muchos de ustedes son padres y tienen hijos. Algunos conocen lo que ocurre cuando llega el día en el que los hijos se van del hogar familiar. Todos nos podemos imaginar lo que pasa cuando llega ese momento. Ese día la casa se vuelve más silenciosa, el tiempo transcurre más despacio, las conversación en la mesa se hace menos animosa. Es curioso, pero cuándo los hijos son pequeños a veces las madres y los padres anhelan la llegada de días más tranquilos y cuándo esos días llegan se echa en falta las voces, la alegría, el nerviosismo que produce tener que hacer varias cosas a la vez.

Los hijos un día marchan del hogar y dejan tras de sí el silencio de los recuerdos. En ocasiones ese silencio se rompe y los hijos regresan. De vez en cuando vuelven para contar alegres sus realizaciones y proyectos; para preguntar cómo se encuentran los padres, para escuchar sus consejos y advertencias. Los hijos vuelven, vuelven siempre. Y lo hacen no porque sea una obligación sino porque hay una relación que une y que permanece más allá de los cambios de la vida

Imagino que para la mayoría de las personas las cosas transcurren de este modo. Pero no siempre es así. Por desgracia hay hijos que con la partida del hogar dejan enfriar los vínculos y la relación con sus padres. Las vueltas al hogar se hacen más escasas y cuando se hacen, se realizan más por obligación que por cariño.

Es posible que Juan el Bautista pensara en este tipo de hijos cuando se dirigía algunas personas de su época. Esas personas decían “tenemos como Padre a Abrahan”. Se sentían miembros del pueblo elegido, sabían de Dios y se creían religiosos, pero no mantenían un contacto vivo con ese Dios. Dios era para ellos como un hogar familiar que se siente lejano, al que solamente se acude de tarde en tarde y siempre por obligación.


Hoy día las cosas no son de modo distinto. Si hacemos caso a las encuestas, la mayoría de las personas de nuestro país dicen creer en Dios. Pero Dios es para ellos una realidad lejana, a la que se le asocia más la obligación que el cariño y la confianza. Un Dios con el que se ha perdido el contacto y se ha descuidado la relación. Juan el Bautista nos dice en el evangelio de este domingo que miremos a Jesús. Que atendamos a su palabra y a sus gestos. Jesús nos recuerda que en Dios tenemos un hogar familiar en el que siempre somos acogidos, al que podemos acudir en cada ocasión, en el que recibimos calor. En nuestras manos está volver siempre a ese hogar y no hacerlo por obligación sino por cariño y confianza




FIESTA DE LA INMACULADA



En España, este día se celebra la Fiesta de la Inmaculada. Por eso introduzco una alternativa en la homilía de este día


De Dios se puede hablar de distintas maneras. Podemos discutir sobre Dios, podemos contar a otros los efectos de su acción sobre nosotros, pero también podemos alegrarnos de que está ahí y cantar una canción con voz alta. “Mi alma alaba al Señor…”. Hay experiencias de las que no podemos dar muchas explicaciones y solamente podemos cantar.

Una persona dice a otra Te quiero. Y frente a un ser humano que le dice a otro:  te quiero, no caben muchas explicaciones y aclaraciones. Simplemente cabe la admiración que a todos nos brota cuando vemos amor de verdad. Frente al amor lo mejor que podemos hacer no es buscar muchas explicaciones sino simplemente cantar y alegrarnos. ¿A qué nadie busca explicaciones al amor discreto y abnegado de las madres? Simplemente recordamos agradecidos lo que los padres hacen por nosotros.

Si esto ocurre así en nuestra vida, cuando Dios nos dice, Te quiero, ¿Tenemos que intentar explicarlo? No hay nada en el mundo que pueda explicar que Dios nos ama. En esas situaciones es mejor cantar.

Maria, la insignificante mujer de una aldea de Galilea, querida por Dios y enamorada en Dios, absorta de Dios y llena de esperanza con Dios. A esa María se le suelta lengua y canta.

Algunos pueden pensar que esto del canto es muy bonito pero que pasa con los que sufren, que pasa con los que sufren y con los que la vida les cierra la boca

El Dios al que María canta es el Dios que no permanece en el cielo. Es el Dios que viene a nosotros, y que está del lado de los que muerden el polvo de la vida. Y esa situación no es extraña a María. María, la que canta a Dios sabe por experiencia propia lo que es la humillación y el sufrimiento, y lo sabe desde su parto en un establo hasta su saber estar al piel de la cruz. Y sin embargo canta, canta la canción de su vida en la seguridad de que aquel en quien ha confiado su vida y su persona todavía no ha dicho la última palabra. Ella sabe que lo nuevo está por venir y se entrega por entero a su embarazo por el que Dios viene al mundo.

El cántico de María prefigura la salvación que llega. María por Cristo fue preservada del pecado, igual que nosotros por el bautismo somos preservados del pecado. Cristo da a nuestra vida una nueva dirección, es el garante de una nueva creación. El bautismo nos dice que nuestra vida y nuestros huesos contienen más que la herencia biológica que recibimos de Adán y Eva. Somos algo más que polvo y sudor, somos vida divina, somos carne de amor. Con Cristo comienzo un nuevo camino. Con Adán el camino de la humanidad era de la vida a la muerte, del bien al pecado. Con Cristo se cambia la dirección de ese camino. Venimos de la vida y vamos a la vida. Venimos del bien y vamos al bien. Hace unos días la pequeña María decía a su madre.

Dios nos hace nuevos. Los hombres hemos querido hacernos nuevos. Los totalitarismos han querido hacer nuevos hombres. Nuestra sociedad de consumo, quiere presentar el nuevo hombre a base de imagen, cosmética y cirugía estética. Cuando no aceptamos ser criaturas de Dios no adviene el original, sino adviene la copia. El hombre y la mujer diseñados en los grandes almacenes y centros de modas. El original no lo produce el mercado, lo produce una mirada de amor que confía en nosotros. Si nos sentimos mirados por Dios no tenemos que hacer lo que no somos, no tenemos que inventarnos. Podemos mostrarnos como somos. La mirada de amor de Dios nos da autenticidad. Cuando Dios nos mira y nos ama, vence la fuerza del pecado y del mal.

La visión de un mundo mejor nos ayuda en la vida. Quien en su vida y su fe se deja llevar por el cántico de María, sabe ver algo más que quien solo ve venir catástrofes y cabeceando se mueve de frustración en frustración. La fe es como el pájaro que canta cuando todavía es de noche y oscuro, dijo una vez Tagore. Canta en la noche al nuevo amanecer que llega. Está lleno de esperanza como María, la del estado de buenaesperanza. Y María nos invita a todos a cantar su canto. Y nosotros lo cantamos porque su vida sostiene nuestra esperanza. La historia de nuestra esperanza comienza en la vida y en el cántico de una mujer, de María.