Homilía 21 domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 25 de agosto de 2013. Lc 13, 22-30

Los dos caminos de la vida



Podemos imaginarnos que viajamos en un barco con un  grupo numeroso de personas. De repente hay una avería y se nos dice que tenemos que abandonar rápidamente el barco y acudir lo más pronto que podamos a las barcas salvavidas. Supongo que a nadie se le ocurrirá acercarse al capitán a preguntarle ¿son muchos los que se van a salvar? Tampoco nadie se planteará cuántos kilos de equipaje puede llevarse. Cuando la vida está en peligro hay que darse prisa y pensar sobre todo en cómo podemos salvarla.

La salvación de la vida es el tema del evangelio de hoy. Y lo es de la vida eterna. Jesús nos ha preparado un hogar para toda la eternidad. Y tenemos que hacer todo lo que podamos por llegar hasta allí. Pero ese camino pasa por una puerta estrecha. En cambio el camino que conduce a la infelicidad es amplio y grande. No hay que esforzarse mucho para recorrerlo.

Quien quiera alcanzar la plenitud de la vida tiene que recorrer el camino estrecho. Jesús nos pone ante la alternativa de elegir la plenitud para nuestra vida o la infelicidad; elegir la vida eterna y lo eterno de la vida o dejarnos sucumbir en la caducidad.

Hay personas que lo tienen todo: salud, éxito profesional, dinero, buena presencia física…Pero les falta lo más importante: la relación con Dios, origen y fin de la existencia humana. También les suele faltar la relación con los pobres, los enfermos, los débiles. No suelen tener sensibilidad para la justicia social. Nunca han experimentado lo que significa dar o compartir, aunque fuera de los que les sobraba. Cualquier cosa que hayan hecho para otras personas les han pasado la factura y los han cobrado. La consecuencia es que tienen mucho. Pero con un equipaje tan grande no pasan por la puerta que conduce a la plenitud de la vida. Quizás piensan que con dinero y bienes se puede alcanzar esa plenitud; algunos hasta pueden pensar que se puede llegar a Dios. Por eso en el evangelio de hoy Jesús dice: “Muchos intentarán entrar por la puerta y no podrán”. Dios nos pregunta por lo que amamos a los demás y no por el estado de nuestra cuenta.

Para entrar por la puerta estrecha que conduce a la plenitud de la vida Jesús nos dice que seamos como niños que ponen toda su confianza en Dios; que no centremos todas nuestras aspiraciones en el dinero y la riqueza para que Dios pueda entrar en nuestra vida. Que aspiremos a las cosas que realmente importan en la vida: ser justos y honrados; hacer algo por los demás; trabajar para dejar el mundo mejor que lo encontramos; ser sencillos y amables en el trato con los otros; que abramos nuestro corazón a Dios. En definitiva Jesús nos pide que revisemos las prioridades en nuestras vidas.


De esas prioridades depende nuestra salvación, realización y felicidad. Puede ser que cueste más vivir con ellas, pero al final conducen a la alegría y la salvación. Todos tenemos que elegir el modo con el que vivimos; la senda que queremos para nuestra vida. Dios y su Espíritu nos ayudarán a encontrarla.