Homilía 2 domingo de Cuaresma. Ciclo C. 24 de febrero de 2013


Expresar la relación con Dios

En el evangelio de hoy se cuenta que Jesús subió a lo alto de un monte con algunos de sus discípulos. Es un pequeño grupo el que acompaña a Jesús. En la cumbre de la montaña le contemplan en una perspectiva nueva y desconocida. En este momento Jesús se encontraba en una situación difícil y decisiva para su vida. Acababa de vivir la muerte de Juan el Bautista y tenía que decidir si subía o no a Jerusalén para continuar con su misión. Quería tomar la decisión tranquilo, en silencio y orando. Tenía que preguntarse cuál era la voluntad de Dios para su vida.

Orando, Jesús concuerda su voluntad con la de Dios Padre. Y al acoger la voluntad de Dios el exterior de Jesús se transfigura. Al acordar su voluntad con la de Dios Padre recibe la fuerza para llevar a término su misión. Una fuerza que es el reflejo y la proyección al exterior de la presencia de Dios que llenaba el interior de Jesús. La transfiguración no es más que la expresión hacia fuera de la relación con Dios que Jesús vivía en su interior.

Aupado por la fuerza de Dios, Jesús puede bajar del monte. A diferencia de Pedro, que propone quedarse en lo alto de la montaña, Jesús decide continuar su misión, aunque ese camino conduzca a la cruz. El camino de descenso del monte Tabor se prolonga en la ascensión al Gólgota.

Tabor y Gólgota están muy próximos y se encuentra en relación. Y esa relación nos dice que la transfiguración, el reflejo en el mundo de la fuerza y la presencia de Dios, no es algo pasajero. No es una ilusión momentánea ni una emoción que brilla un rato para desvanecerse después. La presencia de Dios Padre acompaña a Jesús en todos los momentos de su vida. Y se va a enraizar definitivamente en nuestra tierra cuando Jesús en el grito de la cruz entrega su vida al Padre. Dios no está con nosotros solo en los momentos brillantes. También nos acompaña en la oscuridad. También lleva nuestras vidas en los momentos de dificultad.