Homilía Jueves Santo. 5 de abril de 2012

La espalda doblada


A todos nos agrada que nos sirvan, es decir, vernos liberados de labores que nos corresponde realizar y que otro realiza en nuestro lugar. Desde que alguien nos prepare la comida y nos sirva en la mesa, hasta el vernos dispensados de la limpieza de nuestro hogar.

También es verdad, que en ocasiones, cuando el servicio que alguien nos presta, nos resulta excesivo, como puede ser el caso de alguien que nos lleva la maleta o una carga pesada, decimos, “¡oh! No se preocupe, déjelo que eso puedo hacerlo yo.

Estas consideraciones pueden ayudarnos a entender lo que hemos escuchado en el evangelio de hoy. Jesús antes de cenar con sus discípulos se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y de rodillas, con la espalda encorvada, comenzó a lavarles los pies. Los discípulos entendieron muy bien este gesto. Jesús hacía un servicio que realizaban los esclavos. Por eso es comprensible la reacción de Pedro que se niega a que Jesús le lave los pies.

Pero Jesús insiste porque este gesto resume la actitud constante de su vida: el servicio. Jesús vino a servirnos, a servir a la humanidad. Y la razón de este servicio se encuentra en el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama tanto que puso a Jesús, su Hijo a nuestros pies, lo puso para servirnos. El gesto que Jesús hizo con sus discípulos lo hace con cada uno de nosotros.

Y  de esa manera nos muestra también cual es la imagen de lo auténticamente humano. Lo que nos hace humanos es doblar el espinazo por los otros. No es la imagen de los fuertes, de los que dan codazos, de los que engañan y abusan de los demás la imagen de la auténtica humanidad. Es la de la espalda doblada y el servicio y la ayuda a los otros.

Lo que Jesús hizo al comenzar la cena lo repitió al entregarse él mismo en el pan y el vino. Una vida en servicio es una vida entregada. La espalda doblada para purificarnos es lo que Jesús realiza en la cruz. La eucaristía nos recuerda que el amor auténtico culmina en la entrega. Cada vez que celebramos la eucaristía acogemos esa entrega.

Jesús no dijo, hacedme a mí lo que yo os he hecho a vosotros. No dijo servidme como yo os he servido. Lo que nos dijo es que nos sirviéramos unos a otros. Por eso el ejemplo y la entrega de Jesús en el pan inspiran nuestra propia entrega. Y el lavatorio de los pies nos dice en qué consiste la vida cristiana, en donde comienza la eucaristía: en el servicio a los otros.