II Domingo de Adviento. Ciclo B. 4 de diciembre de 2011. Mc 1, 1-8

Segundo domingo de Adviento


Cuando vamos con prisa algún lugar con mucha frecuencia nos topamos con un obstáculo que hace que nos retrasemos más. A veces conducimos el coche con prisa por llegar a algún lugar y nos encontramos con obras en la carretera, lo que hace que nuestra marcha sea más lenta. O creyendo que vamos a ganar tiempo tomamos un atajo en el que nos acabamos perdiendo, y al final tardamos mucho más a llegar a nuestro destino. Por eso suele contener sabiduría aquel dicho de “si tienes prisa no tomes ningún atajo”.

Las conocidas palabras de Juan el Bautista que escuchamos cada adviento, y que se repiten en este domingo, tienen que ver con este consejo. Juan decía a sus contemporáneos que preparan el camino al Señor, que allanaran sus senderos. Es decir que hicieran transitable el camino, eliminando sus desniveles y obstáculos. Pero Juan no dice que tomaran atajos.

También para otras dimensiones de la vida sirve el consejo de evitar los atajos. Con cierta frecuencia ante una dificultad, en vez de mirarla de frente y resolverla, nos vemos en la tentación de esquivarla o rodearla por un atajo. Pero el atajo no hace más que confundirnos y retrasarnos en la superación de la dificultad.

Juan el Bautista es uno de los que toma la palabra de Dios en serio. Sabe que Dios quiere venir a nuestra vida. Por eso se acuerda de lo que el profeta Isaías decía a Israel cuando estaban desterrados en Babilonia. El profeta anunciaba que Dios iba a llegar para guiar de nuevo a su pueblo hacia la libertad. Juan se acuerda de esas palabras para anunciar la llegada del Mesías. Y entonces –como hoy también- cuando el rey venía a visitar una ciudad se arreglaban las carreteras y los accesos.

Cada adviento escuchamos que Dios viene a nuestra vida, que llama a la puerta de nuestra casa. ¿Tomamos en serio esas palabras? ¿O las recibimos con indiferencia?

Tenemos que preguntarnos qué podemos hacer en nuestra vida diaria para mejorar y acondicionar el camino por el que viene el Señor. Cada vez que levantamos un obstáculo entre Dios y nosotros podemos acordarnos que Dios es misericordioso  y siempre nos da una nueve oportunidad y un nuevo comienzo. Cada vez que pedimos perdón a Dios en el silencio de nuestra oración, en el acto penitencial antes de la eucaristía, o en la confesión, Dios elimina todos los obstáculos que hemos levantado entre Él y nosotros.

Estamos en adviento. Es tiempo de eliminar los obstáculos entre Dios y nosotros.