Homilía Domingo de Pentecostés. 12 de junio 2011

Homilía Domingo de Pentecostés

Aquí hay mucho que hacer

Seguramente que alguna vez hemos dicho la expresión: “Aquí no hay nada que hacer”. Es una frase que solemos pronunciar cuando nos enfrentamos a una situación que no nos ofrece ninguna perspectiva de evolución o de cambio; cuando no es de esperar ningún avance ni mejoramiento, cuando nos parece que no merece la pena seguir invirtiendo esfuerzos. Es una expresión de resignación y desesperanza.

Hay que estar muy seguros de las cosas para expresarse de esta manera. Por experiencia sabemos que con frecuencia las cosas pueden dar más de sí de lo que en un primer momento nos parecía. En ocasiones las cosas cambian, descubrimos un nuevo camino, nuestra acción parece tener más resultado del que esperábamos. Y en esas situaciones nos decimos: “Todavía se pueden hacer cosas, todavía se puede hacer algo…”

Algo así ocurrió a los discípulos en el día de Pentecostés. También ellos se encontraban en una situación en la que parecía no tener sentido esperar más. También ellos se decían, “aquí no hay nada que hacer”. Se encontraban cerrados en una casa llenos de miedo, nos dice el evangelio. Parece como si no estuvieran dispuestos a arriesgar su vida y comprometerse con el evangelio.

Y de repente el Espíritu de Jesús irrumpe en medio de ellos suscitando la alegría, inspirando la paz, llamando a la tarea de extender el Reino de Dios. No es que Jesús hubiera vuelto a la historia para estar físicamente entre ellos. Es una nueva manera de presencia, quizás más intensa y viva. Es la presencia del Espíritu de Jesús.

Tres son los signos del Espíritu de Jesús. La alegría, la paz y el compromiso con una misión que tiene como fin la reconciliación universal. Con el Espíritu de Jesús vencen la resignación y se ponen en camino de hacer lo que Jesús les había pedido: anunciar el Reino de Dios.

Tres son los frutos del Espíritu: la apertura a lo que está por venir, al futuro. Les da la paz y la alegría que vence sobre la tristeza y el miedo. También a nosotros el Espíritu de Jesús nos saca de la apatía y la desgana y despierta en nosotros nuevas fuerzas que puedan transformar nuestra vida cotidiana, enseñándonos que ahí, donde cada uno de nosotros vivimos y trabajamos, en nuestra persona, ahí queda mucho por hacer.