Domingo de Ramos 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos
“Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mi la salvará”. Esta verdad del evangelio es una verdad de la vida humana. Salvar la vida equivale a alcanzar la plenitud; el desarrollo de lo que somos. Solamente crece la vida que se da. Solamente en la entrega alcanzamos la plenitud. Esta verdad del evangelio y de la vida se realiza en la Pascua de Jesús. Las celebraciones pascuales que comenzamos este domingo tienen como mensaje central la entrega de la vida. El domingo de Ramos recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén. Con Él cruzamos la puerta de la verdad más humana: Solamente permanece aquello que damos y entregamos.

  • Cada año los cristianos escuchamos el relato de la pasión de Jesús. Y miramos a la cruz en la que encontramos la fuente de la salvación. Es un gesto que provoca extrañeza a los que no comparten nuestra fe. Hace unos días preguntaba alguien ¿Por qué cuelgan los cristianos la cruz en la pared de sus casas? Y no se trata sólo de la cruz que se encuentra en la pared. Se trata sobre todo de la cruz que llevamos unida a nuestra vida y que nos lleva y sostiene.

  • Los cristianos miramos a la cruz porque es un signo de esperanza que nos abre a la realidad de la vida de Dios. La cruz es la consumación de la entrega de Jesús. En la cruz, Jesús expresa su compromiso total y sin reservas con la causa de Dios. Y de este modo indica que es posible la entrega incondicional, que es posible el amor, la donación de la propia vida. Quien mira a la cruz se topa con un hombre que pone su vida en manos de Dios y de ese modo abre un camino para que nosotros hagamos lo mismo que Él.

  • Los cristianos miramos a la cruz porque es fuente de reconciliación. Aunque sepamos que la vida humana crece y se enriquece en la entrega, todos queremos tener y conservar. Es una tendencia fundamental de la vida humana. Surge en nosotros espontáneamente y se desarrolla sin ningún entrenamiento y aprendizaje. La tendencia a la posesión pone angustia y miedo en nuestra capacidad de amor y de entrega. A todos nos puede dar miedo amar a otros y entregar nuestra vida a los demás. Al contemplar la cruz vencemos el miedo a amar y a entregar la vida. Nos hacemos capaces de amor, o lo que es lo mismo, nos hacemos capaces de vivir en la esfera de Dios. Por eso la cruz nos trae la reconciliación, pues nos hace capaces de vivir el amor que es lo más propio de Dios.

  • La cruz es el signo de la presencia de Dios. Algunos piensan que la cruz de Jesús es signo del abandono de Dios. ¡Pero si es precisamente la expresión de su cercanía a la humanidad! Dios está cerca de nosotros también en la pena y en el dolor. El Dios de Jesús no propone ninguna teoría sobre el sufrimiento. Se hace presente en él para que su fuerza impida que el dolor nos derrote.

  • Dios está en el sufrimiento y la cruz de Jesús se levanta allí donde los humanos nos causamos daño unos a otros. Allí donde se pisotea y violenta la vida humana, la dignidad de la persona o el valor de cada uno de nosotros. Allí donde los corazones humanos se rasgan por la traición, la infidelidad o la envidia. Allí donde las lágrimas oscurecen y empañan la imagen de Dios como Padre bueno. Porque la cruz está donde el ser humano duele, la cruz de Jesús es signo que despierta al compromiso. La cruz cuelga en las paredes de los hogares cristianos. Pero no es un adorno más. Es la señal que apunta a un Dios que se encuentra en medio de la realidad de nuestra vida, hecha de dolor y pena, pero que puede ser lugar de acogida de la Pascua de Dios, de su paso que salva y alegra.