Homilía 2 Domingo de Cuaresma. Ciclo A. 19 de marzo de 2011


Homilía 2 domingo de Cuaresma
LA TRANSFIGURACIÓN


Lo cuenta Victor Frankl en su obra "El hombre en busca de sentido". Es un relato de su estancia en un campo de concentración. En un momento de la obra narra como los prisioneros, a pesar de la dureza de las condiciones de vida, tenían sensibilidad para la belleza de la naturaleza. Y esa belleza interrumpía por un instante sus dolores y sufrimiento y les abría a una posibilidad nueva. 


"Una tarde en que nos hallábamos descansando sobre el piso de nuestra barraca, muertos de cansancio, los cuencos de sopa en las manos, uno de los prisioneros entró corriendo para decirnos que saliéramos al patio a contemplar la maravillosa puesta de sol y, de pie, allá fuera, vimos hacia el oeste densos nubarrones y todo el cielo plagado de nubes que continuamente cambiaban de forma y color desde el azul acero al rojo bermellón, mientras que los desolados barracones grisáceos ofrecían un contraste hiriente cuando los charcos del suelo fangoso reflejaban el resplandor del cielo. Y entonces, después de dar unos pasos en silencio, un prisionero le dijo a otro: "¡Qué bello podría ser el mundo!".

Cuando pienso en la escena de la Transfiguración, que es el evangelio de este domingo, pienso en esos momentos en los que una luz nueva y más brillante interrumpe nuestra vida cotidiana. Hay momentos en la vida de cada uno de nosotros en los que sentimos que el cielo irrumpe en la tierra. Es más, en lo profundo de la vida humana late el sentimiento de que el cielo existe y que todos podemos esperar una vida mejor. Y en la vida de todo ser humano hay momentos, hay circunstancias en las que percibimos que ese cielo se acerca a nuestro corazón. 

Cuando la monotonía de la vida diaria o los sufrimientos nos envuelven, el recuerdo de esos momentos luminosos nos enciende la esperanza. Por eso un principio para nuestra vida podría ser: "en los momentos de dificultad y sufrimiento, permanece fiel a la luz que has visto."

Los discípulos de Jesús tuvieron también una visión luminosa. En la transfiguración vieron el cielo abierto. Y lo contemplaron cerca de la tierra y de sus vidas. Por eso desearon que esa luz permaneciera para siempre con ellos. Pero la felicidad no se puede poseer ni atrapar. Cuando uno la quiere retener la felicidad escapa de nuestra vida. La felicidad nos roza para que, saboreando esos momentos de luz, podamos seguir el camino de nuestra vida sin perder la esperanza.

Todos hemos tenido momentos en los que el cielo se ha abierto por encima de nosotros y nos ha mostrado su luz y su grandeza. La experiencia de transfiguración consiste en percibir que la bondad, el amor, la plenitud de vida existe, y que en ocasiones nos alcanza y nos roza.

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