Homilía Domingo de Pascua. 4 de abril de 2101


¡Felices Pascuas amigos!

Conozco un matrimonio compuesto por un hombre al que no le gusta nada viajar y por una mujer que es una viajera incorregible. Han sabido encontrar la forma de respetar sus gustos. La mujer realiza un par de viajes al año con algunas amigas. A la vuelta a casa, cuenta a su esposo con todo detalle todo lo que ha visitado y recorrido en ese viaje. Por eso el hombre suele decir que conoce muchas partes de nuestro mundo a través de los ojos de su esposa.

A los cristianos con la resurrección de Jesús nos pasa algo similar. No hemos visto directamente a Jesús resucitado. Pero lo podemos percibir en los ojos de sus discípulos los que significa la resurrección de Jesús. Ellos nos transmiten su mirada en los textos del evangelio en los que se nos narra la resurrección de Jesús. Todos esos texto proclama que Jesús ha resucitado. Pero también nos dan alguna indicación sobre la manera con la que nosotros hoy podemos vivir la resurrección.

En el evangelio de este domingo se nos presenta una situación curiosa. Dos discípulos, Pedro y Juan, salen corriendo al sepulcro de Jesús tras la noticia que les da María Magadalena que lo ha encontrado vacío. En vez de ir juntos, uno de ellos, Juan, corre más que el otro. Llega al sepulcro y sin embargo no entra. Espera a Pedro y le deja entrar primero. Pero Pedro no se percata de lo que allí ha ocurrido hasta que Juan, entra y entiende lo ocurrido.

Para comprender esta escena curiosa tenemos que pensar la situación de las comunidades cristianas a finales del siglo I, que es cuando se escribe el evangelio de Juan. Los grupos iniciales de seguidores de Jesús habían crecido en número y surgen las primeras formas organizativas. Algunas personas comienzan a detentar la autoridad en la comunidad, los Apóstoles, y se introducen ministerios y funciones. Una excepción era la comunidad de Juan en la que se escribe este evangelio. En esta comunidad más que de la autoridad de los Apóstoles se hablaba de la importancia del discipulado. Todos los bautizados son discípulos. Y el discipulado no se sustenta en la autoridad sino en el amor a Jesucristo.

Muchos ejemplos traslucen el ideal igualitario de las comunidades de Juan en la que el amor es el criterio decisivo para la vida cristiana. Uno de los más llamativos es que es este evangelio en el que hay más presencia de mujeres, quienes además aparecen en situaciones importantes de la vida de jesús. En el evangelio de Juan, una mujer, María de Magdala, es la primera que ve al resucitado y es la encargada de anunciar la resurrección a los discípulos.

Me remito a todo esto para que entendamos lo que el evangelio de este domingo nos quiere transmitir. En la vida de la iglesia es importante la organización y el servicio de la autoridad, que en este evangelio está representado por la figura de Pedro. Pero más decisivo que la organización es el servicio y el amor, que está representado en la figura de Juan “el discípulo amado”.

El amor es el que hace correr a Juan más deprisa hacia el sepulcro. Y el amor es el que le ilumina para que entienda que las vendas por el suelo son un signo de la resurrección. Pedro, que entró el primero, vio también las vendas por el suelo, pero para él pasaron desapercibidas en su significado

Aunque las estructuras organizativas no sean lo principal en la iglesia, el evangelio de Juan no las menosprecia. Juan, que llegó antes al sepulcro, deja entrar primero a Pedro. De este modo expresa su respeto y consideración a quien detenta la autoridad en la Iglesia.

Este evangelio nos recuerda que la iglesia del resucitado no surge donde la organización se impone sobre la vida y el amor. Pero tampoco surge donde se desprecia y olvida la necesidad de formas organizativas. La iglesia del resucitado surge allí donde el amor y la vida inspiran y animan la organización. Nuestra Iglesia será la Iglesia del resucitado si todos sabemos poner vitalidad y la fuerza del amor en las formas organizativas de la iglesia.

No es la buena organización, los medios técnicos, lo que garantiza el buen funcionamiento de la Iglesia. Todo ello es necesario- Pero la iglesia es la Iglesia del resucitado allí donde los creyentes despertamos a otros a la esperanza. La Iglesia del resucitado se encuentra donde los cristianos tenemos el valor de apostar por un mundo en el que no se margine a nadie. Está allí donde salimos corriendo a servir a los otros, sobre todo a los más necesitados. La Iglesia del resucitado está donde los cristianos ayudamos a otros a quitarse las vendas: las de los ojos que impiden ver y las de las heridas de la falta de amor, que hacen sufrir. La Iglesia del resucitado, en definitiva, está allí donde el bien vence sobre el mal.

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