Homilia 8 domingo tiempo ordinario. Ciclo A. 27 febrero 2011


Homilía VIII domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A. Mateo 6, 24-34

Atrapar o Confiar

Todos conocemos la fabula del rey Midas. Pidió a los dioses que se cumpliera su deseo más profundo: ser inmensamente rico. Los dioses se lo concedieron. Todo lo que tocara se convertiría en oro. Y así fue. El rey fue a sentarse en su trono y la silla se convirtió en oro. Toco con su mano su capa y se convirtió en oro. Pero la causa de su alegría se convirtió en la causa de su desdicha: Pidió un vaso de agua y al tocar el agua sus labios se convirtió en oro. Pidió una manzana y al tocarla con la mano se convirtió en oro. Había logrado lo que deseaba: ser rico. Pero la riqueza le impedía sentir, tocar las cosas, disfrutar de la vida.

En el evangelio de este domingo Jesús nos dice que no podemos servir a dos dioses a la vez: al Dios y al dinero. No es que Jesús piense que el dinero es malo en sí mismo. Lo es si se convierte en nuestra única preocupación, en el motivo último de obrar. Cuando el dinero se convierte en el objetivo máximo de la vida, entonces lo corrompe todo y  no deja vivir. Por eso hay quienes por dinero sacrifican relaciones personales, traicionan amistades, pierden la oportunidad de disfrutar de la vida.

Jesús dice también que no nos preocupemos por el vestido o la comida. Dios, que sostiene todo lo creado, procurará nuestro alimento y nuestro vestido. Jesús no está llamando a la pereza o a la inactividad. O a que no trabajemos. Lo que está diciendo es que hay otra manera de vivir. Esa otra manera es la confianza.

Uno disfruta de la vida cuando se entrega confiado a lo que se encuentra. Cuando sabe superar el miedo a los otros y sabe establecer una relación de amistad. Cuando vence la angustia ante el futuro y sabe disfrutar del momento presente. La vida se disfruta cuando se supera la preocupación y el miedo.

El evangelio de hoy nos dice que en definitiva hay dos formas de vivir. Tratando de atrapar todas las cosas. Queriendo cogerlo todo. De este modo la vida se nos escapa. Quien vive de esta manera siente siempre el futuro como una amenaza, y se obsesiona tanto con ese futuro que no vive el presente.

La otra manera es confiando. Abriéndonos sin miedo a la vida, a las relaciones, al futuro. En la fabula del rey Midas se dice que los dioses vinieron en ayuda. Y el rey se bañó en un lago que le curó de su afán de posesión. Los cristianos podemos vivir confiadamente porque la fuerza y el poder del amor de Dios son ilimitados. Esa fuerza de Dios no nos libra de las dificultades de la vida, pero nos ayuda a sobrellevarlas.

Homilia 7 domingo tiempo ordinario. Ciclo A


Homilía, 7 domingo tiempo ordinario. Ciclo A. 20 de febrero 2011

 Otra lógica

La ciudad de Viena tiene como copatrón a un sacerdote que tuvo que dejar su comunidad religiosa en los tiempos de la exclaustración. Incorporado al clero secular, consagró su vida a albergar a los niños sin familia que en el siglo XIX poblaban las calles de Europa. Para financiar sus orfanatos recorría por la noche los restaurantes de Viena recogiendo dinero en un sombrero. En una ocasión, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad alargó, su sombrero hacia un hombre muy conocido por sus posturas anticlericales. Al pedirle dinero, el hombre, sin mediar una palabra, escupió al sacerdote en la cara. Éste tomó del bolsillo de su pantalón un pañuelo, se limpió la cara y le dijo: “Esto me lo ha dado usted a mí. Ahora por favor deme algo para mis niños.” El hombre sorprendido por la reacción del sacerdote, sacó su cartera y la vacío sobre el sombrero. Y a partir de aquel día la institución benéfica del buen sacerdote ganó a uno de sus benefactores más generosos.

Me parece que cuando Jesús en el evangelio nos pide que ante una agresión ofrezcamos la otra mejilla, nos está pidiendo que actuemos como lo hizo el sacerdote. Cuando dice que a quien te quiera quitar la túnica, dale la capa, no se trata de dejarse aplastar, permitir que a uno le coman la partida o pasar por tonto. Se trata del autocontrol, de ser dueño de nosotros mismos y de nuestras reacciones. Y se trata, sobre todo, de introducir una lógica distinta en nuestras relaciones.

Una agresión recibida nos suele golpear dos veces. La primera con la fuerza y el daño de la agresión. La segunda, provocando que perdamos los nervios, el control sobre nosotros mismos, el dominio sobre nuestros sentimientos. Solemos responder a una agresión con un grito, un insulto, un enfado, otra agresión…, que casi siempre es resultado del genio y la ira. La agresión y la violencia introducida no solo nos golpea. También nos domina impulsando nuestra acción y reacción. 

Saber soportar la agresión, controlar nuestra ira y nuestro genio, no dejándonos llevar por la violencia de esa agresión, es un arte que tienen las personas sabias y fuertes. Y es lo que Jesús nos enseña con “el poner la otra mejilla”. Nos llama al dominio de nosotros mismos. A se señores de nuestras reacciones.

Pero todavía más, se trata de invertir la lógica de la agresión y la violencia. Quien nos agrede también lo hace, en la mayoría de los casos, llevado por algo en su interior que no controla del todo. Quien agrede y ataca nos está diciendo que en su realidad personal hay algo que no funciona bien, que no está del todo integrado, que está desajustado. En definitiva, que también padece violencia de algún modo. Responder con agresión a su agresión es poner más violencia en la que padece. Lo que sólo contribuye a que los dos nos veamos llevados a una espiral de la que no se va a poder salir.

Poner la otra mejilla es romper la espiral de violencia, diciendo que hay algo más que los roces, los conflictos y los agravios. Hay un horizonte de entendimiento y comprensión al que pertenecemos y que a todos nos hace mejor. 

Cuando el sacerdote soporta el escupitajo y apunta a los niños a los que consagró su vida, está apuntando al hombre que hay algo más que el egoísmo y la brutalidad. Existe el horizonte de la bondad, la comprensión y el amor.

¿Cómo se puede vivir esto?, me diréis. Asentándonos cada día en el Bien y el Amor. Poniendo nuestros ojos en Dios. Experimentando primero nosotros que en Dios hay un espacio en el que habitar y que nos llena de bondad y generosidad.